SUSPENDIDO EN ARQUITECTURA

383 26 38
                                    

"- ¿Por qué te haces esto? Sabes que no tienes ya ninguna posibilidad, y aun así insistes en torturarte. Más y más. No soy yo quien te hace daño. Eres tú. – Había un doble tono, de maldad e ironía, en la voz de aquel hombre.

Rubius retrocedió un par de pasos, hirviéndole la sangre por un lado, y sin embargo, sintiendo por otro que su mundo se venía abajo. Que tal vez las palabras del hombre fueran ciertas.

- Cállate Lolito. Tú no sabes nada.

- Sé más que tú – Le contestó con una sonrisa – Por eso mi niña estará siempre conmigo. Por eso te abandona. Eres patético.

La lágrimas amenazaban con salir en cualquier momento, notaba como todo a su alrededor daba vueltas. Empezaba a marearse.

A lo lejos escuchó unas campanas. ¿Una boda? Nada tenía sentido. ¿Y dónde estaba su Mangel? ¿Dónde?

La voz de Lolito resonó a lo lejos, mientras la oscuridad lo cegaba.

- Desaparece Rubius, y no vuelvas nunca.

Una espiral lo engulló, y calló al vacío, perdiéndose para siempre."

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Rubius se levantó de golpe, con un sudor frío que lo hacía temblar. Otra vez esa pesadilla. Esa que llevaba ya una semana acosándolo.

Se quedó sentado unos minutos, su respiración estaba acelerada, y su corazón parecía querer salirse del pecho. Puso una mano sobre él, tratando de tranquilizarse. Terminó levantándose, y yendo al baño para lavarse la cara.

Intentaba recordar, con calma, las palabras de Auron en la clínica. ¿Seguro que no se estaba volviendo loco? No. De ser así, no lo pensaría. Un loco jamás cree estar loco... ¿verdad?

Había intentado hacer caso a los consejos de su amigo. Había intentado alejar aquel pensamiento borroso, pero el recuerdo volvía como una nube opaca a su cabeza, cada dos por tres. Se regañó a sí mismo, e hizo un gesto con las manos, como queriendo espantar algo que, realmente, no existía. Al menos, no físicamente.

Se secó la cara con una toalla, y se miró al espejo. Tenía unas ojeras terribles, y la piel casi blanca. No podía seguir así. Necesitaba distraerse, dejar el mundo atrás... Cuando Nieves se fue al pueblo aquella mañana, para que Kristina le enseñara el ayuntamiento, el chico se ciñó su ropa negra, y su riñonera, y salió por la ventana de su casa, con su máscara de oso bien sujeta.

Normalmente, no le gustaba salir por las mañanas, pero solía hacer excepciones. Como aquella vez que, (gracias a los dioses de Karmaland que decidió salir), escuchó sonidos extraños que venían de una zona cercana a su cueva. Aquella que, escondida tras unas enredaderas, al lado derecho de la montaña, desembocaba en un pequeño lago, donde había echado tardes, disfrutando de la simple naturaleza. De la madre tierra.

Recordaba a la perfección cada segundo tras escuchar los ruidos. Se había puesto en guardia, desenvainando una navaja, y con cuidado había llegado a la zona de la que provenían. Pensando que sería algún animal salvaje, llevaba el arma por delante del cuerpo, preparado para atacar. Sin embargo, escuchó un quejido. Un quejido familiar, y después, nada.

Silencio.

Con una corazonada, retiró rápidamente las ramas que se interponían en su camino, y se encontró con un Vegetta lleno de heridas, magullado, y con su ropa manchada de sangre. Corrió hasta él, se arrodilló a su lado, y tras comprobar que seguía con vida, lo cargó hasta la cueva. El resto de la historia ya la conocemos.

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora