BAJO LA LLUVIA

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Salí del ayuntamiento cuando la lluvia empezaba a flojear.

Había bajado de la cámara de los héroes después de pasar un par de minutos, sentado en el suelo, contemplando los hologramas... uno en concreto.

Crucé la puerta giratoria que había en medio, y abrí el paraguas que había llevado. Y es que, si bien al salir solo estaba un poco nublado el cielo, quería cerciorarme de que no me mojaba. Prefería llevar el paraguas el resto del día, a empaparme por completo por confiado.

Empecé a caminar, fijándome inconscientemente en las baldosas del suelo. La carpeta que había consultado tenía razón. Había que cambiarlas cuanto antes. Y no porque fueran horrorosas, o algo por el estilo. Todo lo contrario, de hecho. Tenían un diseño con textura de roca, todas colocadas como si anduvieras por un antiguo cruce medieval.

Pero el caso es que resbalaban. Y mucho.

Iba concentrado, dándole vueltas a las palabras del oso, que seguían resonando en mi cabeza. Quizás debería haberme olvidado de esos delirios que tuvo, estando semiinconsciente. Quizás no eran más que un puñado de palabras sueltas, dichas al azar. Al fin y al cabo, ya había comprobado que no existía ningún "Ángel" en Karmaland. ¿Y si se refería a un ángel de verdad? ¿A uno con alas blancas y aro de oro? ¿Tan cerca de la muerte había estado como para verlo? ¿Significaba eso que el cielo sí existía? ¿Entonces también el infierno?

Me había distraído tanto en mis pensamientos, escuchando el monótono ruido de las gotas de lluvia golpeando contra el paraguas, que había dejado de prestar atención al lugar al que me dirigía. ¿Qué digo? Ni siquiera sabía por dónde andaba. Pero eso dejó de tener importancia en el momento en el que mis botas resbalaron con las baldosas, y me desequilibré. Trastabillé un poco, intentando recuperar el control. Pero solo conseguí cambiar la dirección de la caída. De atrás, hacia adelante. El paraguas se me calló a un lado, lo escuché chocar contra un pequeño charco, mientras el agua saltaba con el impacto. Todo se volvió oscuro.

Pero no sonó ningún ¡PUM!

Ni me hice daño.

Ni me terminé de caer.

Ni me di la ostia padre contra el suelo.

Por supuesto que todo estaba oscuro. Sí había cerrado los ojos. Y había extendido las manos para amortiguar el impacto. Impacto que no llegó en ningún momento. Ahora mis manos estaban sobre su pecho, sus brazos me sujetaban, y con las piernas algo abiertas para frenarme con facilidad, me sostenía.

Nos miramos a los ojos, por una fracción de segundo. Estoy seguro de que enrojecí al notarlos tan fijos en mí. Al estar tan cerca... y con su sudadera desprendiendo un extraño calor. Rubén todavía tenía los ojos bastantes abiertos.

Me ayudó a incorporarme.

- ¿Todo bien?¿Nada roto?

- Eso... eso creo.

Me sonrió, y con un gesto pícaro, se agachó para recoger el paraguas, y me lo tendió.

- ¿Cómo es que el gran De Luque se deja ver en la ciudad? – Me preguntó de repente - ¿Qué te trae por aquí? Porque no vienes casi nunca.

- Esto... – Regañé a las neuronas de mi cerebro, rezando por que se conectaran de nuevo – El-el archivo. Sí. Eso. Estaba revisando unas cosas.

- ¿Ha habido suerte?

- No... no mucha. No he encontrado lo que buscaba. Pero tampoco es algo malo. Estoy descartando ideas.

Alzó una ceja.

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora