LA LAGUNA DE LAS SIRENAS

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Me escapé trepando entre los árboles. Supongo que mi parte oso ayudó bastante.

No puedo describir como me sentí cuando vi a Lolito tan... acaramelado con Mangel. Me negaba a creer que lo suyo, entre esos dos, fuera real. ¿No se supone que íbamos a casarnos, vivir en una mansión con 7 barcos, 15 hámsteres y un unicornio? Aunque puede que eso solo lo hubiera imaginado yo.

La rabia seguía fluyendo en mis venas, y por un momento me llevé la mano al bolsillo de la sudadera, donde tenía bien guardada la granada de humo. Bajé del árbol, derrapé en el suelo, y frené en seco, a punto de coger inercia, y volver por donde había venido. Ya había sacado incluso la granada de humo, pero antes de arrancar a correr y a trepar de nuevo, la luna cruzó mis ojos como un resplandor.

Intenté reflexionar antes de cometer ninguna tontería. El oso quería volver, y lanzarle a Lolito la granada. Quería jactarse de que no era un rival fácil... pero ¿También Rubius quería eso? ¿También yo lo quería realmente?

Con la menta algo más fría, guardé la granada, di media vuelta, y traté de tranquilizarme. Me encaminé de nuevo a la laguna, con más calma, y suspiré.

No había ninguna posibilidad de que Mangel y Lolito acabaran juntos... ¿verdad?


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No recuerdo absolutamente nada del camino que corría hasta llegar a mi casa. Solo sé que tenía la mente enfocada en algo, y no dejé que esos pensamientos escaparan. Sí, pensaba en el oso.

Entré a mi casa con una exhalación, y corrí hasta mi cuarto. Abrí el armario, pegué tres golpes al trozo de madera que había tras aquellas botas que no me ponía nunca, y bajó una tabla con un panel. En la pantalla aparecía un "introduce la contraseña" con letras robóticas.

Mis dedos teclearon de manera casi automática (Memoria muscular, supongo), y el armario se abrió en dos. Ahí estaba mi tesoro.

Me vestí rápidamente, me puse la máscara, y salí por la ventana de mi casa. Inmediatamente una ráfaga de viento me dio el la cara, y se me puso la piel de gallina. Definitivamente empezaba a refrescar. Y mucho. Decidí que lo mejor que podía hacer para evitar congelarme, era encontrar al oso lo antes posible, y aunque mi traje llevaba incorporados calentadores, era mejor no utilizarlos. Consumían demasiada energía ilegal.

Con el traje de lobo nocturno me podía mover muchísimo más rápido. Me moví sigiloso entre los árboles, y me adentré en el bosque, buscando algo que pudiera darme una pista de la localización del oso en aquel momento. Pero no era capaz de encontrar nada.

Fue entonces, cuando ya empezaba a rendirme, cuando encontré un derrape en la tierra. Era muy leve, apenas imperceptible, pero estuve seguro de que lo había hecho él. Aparte de que trazaba una línea horizontal con el punto donde habían asaltado a Mangel y a Lolito... ¿quién en su sano juicio se atrevería a internarse tanto en el bosque? A no ser que fueras un loco, un asesino, un ladrón, o un enmascarado misterioso...

Y aunque el derrape me hacía pensar que había vuelto por donde vino, algo en mi me llevó en la dirección contraria. Es como cuando estás mirando un punto fijamente, alguien te habla y te pide que le prestes atención, pero tú sigues concentrado en ese punto. No sé si me explico, pero eso es lo que yo sentía.

Me giré, y eché a andar en la dirección opuesta a la que indicaba el derrape. Al rato de la caminata, noté un olor extraño. No es que fuera asqueroso ni nada por el estilo. Simplemente era... peculiar. Era una mezcla de musgo y agua dulce, con un aroma selvático, y a la vez marino. Muy, muy raro. Y el caso es que, pese a todo, sabía dónde estaba.

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora