DULCE MUERTE

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ADVERTENCIA:

Antes de empezar el capítulo, quiero pedir máximo respeto por lo que va a pasar a continuación. Se va a tocar el tema del suicidio, y no quiero comentarios ofensivos o que puedan herir los sentimientos de otras personas.

Este tema no es ninguna broma, y es algo que a día de hoy está afectando a muchas personas. No debemos tomárnoslo como un juego, y si alguno de los que estáis leyendo habéis tenido un impulso parecido alguna vez, espero realmente que ahora estéis bien. Porque esto es algo muy serio, y de verdad, si os sentís de esta manera, por favor no lleguéis tan lejos. Que después de la tormenta (como dijo una persona a la que aprecio mucho, perdón por robar la metáfora) siempre sale el sol. Y que por muy duras que sean las cosas, al final llegará un rayo de esperanza.

Mucho ánimo si habéis estado en esta situación, o si os sentís identificados.

¡Disfrutad la historia!


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Nada. No necesitaba escuchar nada más.

Me había acercado lo suficiente como para escuchar lo que ocurría fuera, y había reconocido la voz de Vegetta. Parecía preocupado. Realmente preocupado... por mí. Me corazón se apretó, si es que todavía lo conservaba, después de aquella maldita noche. Y aquella maldita noticia.

Entonces Nieves se derrumbó. Y cada parte de mí. Cada trozo de mi alma... se cayó en pedazos. Ya estaba muy roto por dentro. Suficiente como para cometer una locura. Y aquello fue la gota que colmó el vaso.

Sin pensármelo dos veces, me puse en pie de inmediato y me dirigí al baño de mi cuarto. Pasé por encima de las cosas rotas, me desvestí y dejé al agua de la ducha caer sobre mí. La necesitaba.

Sin embargo, tenía muy poco tiempo para hacerlo todo.

Me enjaboné el pelo a la velocidad del rayo, hice una bola con la ropa, y la estampé, quién sabe dónde, en mi habitación. Hacía días que tampoco encontraba mi teléfono, pero llegados a ese punto, ya me daba igual. Terminé de vestirme con la sudadera negra justo cuando Nieves y Vegetta entraban en la casa.

Salí por la ventana, me agarré al canalón, y bajé hasta dejarme caer sobre el barro. Después de eso, desaparecí en el bosque, con un objetivo muy claro en la cabeza. Puede que no fuera la mejor manera de deshacerme de los problemas. Y al día siguiente sería incluso peor. Pero estaba desesperado. Y recurrí a mi última baza:

Alcohol.


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Nieves se tambaleó, y cayó hacia atrás. Yo la sostuve por los brazos, y la dejé sentada en el suelo. ¿Se había desmayado?

- ¡Nieves! Nieves ¿sigues ahí?

Tenía los ojos abiertos, pero su mirada parecía completamente perdida. Como si sus pupilas fueran a desaparecer de un momento a otro.

- ¡Nieves!

Y entonces, una fuerza repentina pareció tirar de ella. Agarró la manga de la chaqueta, apretando tan fuerte que me llegó a hacer daño, mientras me clavaba las uñas.

- Búscalo – Dijo firme.

- Nieves yo...

- Encuéntralo – Continuó.

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora