QUE ARDA EL MUNDO

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Los remordimientos empezaron a carcomerme en cuanto salí de casa de Rubius.

Corrí hasta llegar a la mía, más de lo que me gusta admitir, y me encerré en mi habitación, aunque no hubiera nadie más en toda la casa.

Con el pulso un poco descontrolado, me coloqué el transmisor, y lo encendí. Al principio no escuchaba nada, y por un momento temí que lo hubiera descubierto. O que se le hubiese caído y perdido para siempre. Sin embargo, después de unos segundos, escuché el ruido de la tela moviéndose. Unos pasos en el suelo. Un suspiro.

Contuve la respiración.

Funcionaba. Funcionaba de verdad. Y aunque sabía que escucharía poco más que su voz, y que prácticamente me sería imposible entender nada más, era suficiente.

Dioses ¿en que momento me había convertido en un espía psicópata?

Procuré no pensar en eso, y me preparé para salir. Solo esperaba que al oso no se le ocurriera llegar tarde a la cita... espera ¿cita? ¿podía llamarla así? A decir verdad no lo tenía muy claro.

Con un suspiro entrecortado salí de la casa. No me hacía falta el traje de lobo nocturno. ¿Para qué? No creía que nadie fuera a estar merodeando el bosque, y al oso poco le importaba.

Me miré una última vez en el espejo, antes de salir. Sin embargo, antes de cruzar la puerta...

¡¡¡CRASH!!!

- ¡¡¡MIERDA TÍOOOO!!!

Me llevé la mano al oído en el que tenía el transmisor. ¿Qué leches acababa de romper Rubius para gritar de esa manera?

Internamente agradecía que él no pudiera escuchar nada a través del transmisor. Le pillaba demasiado lejos del oído como para siquiera notarlo. Y no es como si yo fuera a empezar a gritar de un momento a otro... a diferencia de él.

Suspiré, y me pasé una mano por el flequillo, solo para darme cuenta de que me temblaban los dedos.

Para que mentir, hacía mucho tiempo que no estaba tan nervioso.

Sentía el corazón latir a mil por hora, y las piernas me flaqueaban un poco.

- "Tranquilo Vegetta" - Me dije internamente - "Solo es el oso, no es la primera vez que le ves"

Aunque claro, esas "primeras veces" que nos vimos, yo no sentía nada por él, más allá del mero compañerismo y la amistad.

Ahora las cosas eran distintas.

Terminé por salir de la casa, y me interné en el bosque sin pensarlo demasiado. Llegué bastante rápido a la casa del árbol, tal vez porque ya había memorizado el camino, tal vez porque la tensión me empujó a andar más deprisa.

Allí arriba no había ni una sola luz. Suspiré, resignado, teniendo muy presente que el oso volvía a llegar tarde. Y sin embargo, ese no era precisamente el caso...

Una figura se descolgó de repente del árbol, cayendo con un salto, y aterrizando épicamente en el suelo. Yo me sobresalté, y di un paso atrás, poniendo los brazos en guardia.

- Puedes bajar las manos Vegetitta. No pensaba liarme a ostias contigo.

Alcé una ceja, pero mi cuerpo se destensó. Aunque mi corazón hacía lo que le daba la gana.

El oso se colgó de la escalera de madera, y me tendió una mano.

- Vamos... ¿a qué esperas?

Mirando a donde se suponía que estaban sus ojos, con un ápice de duda acerca de lo que se proponía, me aferré a su mano. Él dio un tirón, y me obligó a subir las escaleras tras él.

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora