Treinta y Ocho.

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La diestra del carmesí recorrió tranquilamente la desnuda espalda ajena, trazando el camino con su índice sintiendo la calidez de su piel durante un rato, luego sacando la manta que ahora guardaba en uno de los cajones inferiores de su escritorio, cubriendo con esta a la polaca que dormía profundamente en su pecho así que la alzó en brazos y caminó a la habitación a paso relajado.

Al llegar la acostó en el centro de la cama, subiendo también hasta quedar sobre ella mirándola en silencio, pero suspiró cerrando los ojos relajando su cuerpo, dejándose caer con cuidado a su lado. Acariciando su rostro mientras la observaba embelesado, apoyando la mejilla en su hombro a la par en que la arropada con la manta para así descansar por el resto del día, abrazándola rodeando su delicado cuerpo por sobre su vientre pequeño.

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—¡Ya le dije que salga de mi cocina, no va a tocar nada de lo que hay aquí! –Gritó una de las mucamas mayores con una cuchara de madera en mano, sumamente enojada—.

—¿Y por qué no?, usted no es la dueña de todas estas cosas, además no voy a romper nada. –Olesia frunció el ceño teniendo al lado a la húngara sosteniéndole el brazo, se había levantado con mucho antojo de comer pan polaco pero estaba sucediendo todo eso poniéndolas de mal humor—.

—Mocosa grosera, ¡Largo de mi cocina! –La mujer señaló a la puerta mientras los demás del personal de cocina se miraban entre sí, temiendo más de meterse y acabar en problemas con el fascista—.

—¡No, yo quiero mi pan! –El chillido estresado de la bicolor causó que el de esvástica quien apenas iba llegando desviara de la entrada hacia el pasillo de la cocina—.

—¿Qué es lo que sucede? –La voz seria del de ojos rubí heló a su personal que inmediatamente se pusieron rectos ante su presencia—.

—No me deja hacer pan –Siguió en tono fastidiado la menor, luego calmándose para ver al alemán con mirada de niña caprichosa– El bebé y yo queremos pan dulce..

—Háganse a un lado y dejen que haga lo que quiere –Reich cruzó los brazos sin pensarse mucho sus palabras en tono neutral, de hecho ni siquiera sabía que ella sabía cocinar—.

—Pero señor, alguien como ella.. –La mujer quiso volver a negarse a pesar de las miradas nerviosas del resto que claramente sugerían que era mala idea darles la contra—.

—¿Alguien como ella, qué? –Con un siseó frío la hizo callar, observándola como un depredador acabado con sus palabras degradantes– Mi esposa les está dando una maldita orden.

Ladró echándolos con la misma mirada antes de sentarse en una de las bancas donde el personal solía comer, estos salieron por poco despavoridos, dejándolo solo con la albina que parpadeó procesando esa amenaza general pero poco después sonrió dando muy ligeros saltitos para dedicarse a buscar los ingredientes. El de traje negro se dedicó a observar cómo esta iba de un lado a otro mezclando y amazando con gran habilidad como si pudiese incluso hacerlo con los ojos vendados hasta que dejó la fuente metálica en el horno ya precalentado.

—Ven, Blau –Hizo una seña con su mano enguantada y esperó a que se acercara para sentarla en sus piernas y acomodarle el cabello tras las orejas– Cuando alguien se atreva a volverte a prohibir algo en mi casa, recuérdale de quién eres mujer.

—.....¿Va a querer pan?.. –La menor se encogió sonrojada y con una sonrisa tímida, recibiendo un beso lento que hizo algo de sonido—.

Cuando el delicioso aroma del pan dulce comenzó a hacerse presente fue a apagar el horno para sacarlo con extremo cuidado para sacar la fuente con secadores de tela, tomó la mermelada de moras y la untó prolija sobre el pan y acabó enrrollándolo para luego cortar en pedazos y llevarlo a la mesa donde aún estaba el azabache espectando.

—Hm, huele bien –Se limitó a decir antes de tomar uno de los trozos y llevarlo a su boca, saboreó un par de veces y asintió conforme—.

—¿Entonces le gusta? –Dijo la más bajo mirándolo con grandes ojos brillantes mientras comía, apenas probó el dulce toda la amargura de hace un rato se esfumó—.

—¿Planeas hornear más seguido? –El carmesí la miró de soslayo terminando de masticar, a lo que recibió un asentimiento rápido como respuesta y suspiró por la nariz– …Está bueno, Blau.

Estiró su mano libre para quitar las migajas en las comisuras de la boca ajena, había algo en sus expresiones alegres que le causaban un revoloteo en el pecho que no sabía explicar, pero ya se estaba acostumbrando a ese calor.

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La joven se encontraba acostada en la alfombra de la sala de estar comiendo de varias pequeñas cajas con postres dulces, hoy cumplía cinco meses y como el de esvástica estaba ocupado en una reunión hizo que una pastelería le enviase cosas para que se distrajera durante el día.

Por su parte el azabache estaba en su oficina del Reichtag organizando los documentos clasificados de inteligencia en los territorios británico y francés para acabar con sus resistencias desde dentro, aunque su lectura fue interrumpida por el toque de su puerta a lo que tuvo que dar el pase con algo de fastidio.

—Buenas tardes, Herr Reich, le tengo información… –Un oficial ingresó a la oficina repleta de libros y cajas de documentos listos y otros por leer o incluso trasladar a la mansión– …….Acerca se su esposa.

Esas palabras atrajeron la atención total, afilando su mirada.

—¿Qué le pasó a Blau? –Habló haciendo sus cosas a un lado con un naciente temor en la garganta de oír que algo malo había sucedido nuevamente, ahora en su ausencia—.

—....Mi señor, hay sospechas de que pueda ser una judía fugitiva de Warclaw. –El uniformado se acercó despacio dejando una carpeta con documentos, en este habían registros y fotografías algo viejas de dos humanos adultos con trajes a rayas, sacadas de los registros de un campo de exterminio… el Chelmno en territorio polaco—.

Entonces todo se fragmentó para el fascista en ese solo segundo, como si alguien lo hubiese apuñalado justo en el pecho con la daga más afilada en existencia.

—¡Largo! –Pudo apenas vocalizar ronco, forzando su garganta antes de tomar un adorno de obsidiana y lanzarlo casi junto al soldado para que se fuera inmediatamente, cosa que logró—.

Reich sentía una estática en la cabeza y se llevó las manos ahí tratando de detenerla, pero acabó por tomar su arma de la mesa y salió dando un portazo, caminando a zancadas ignorando a cualquier ser vivo a su alrededor hasta llegar a su auto, el chófer con temor interiorizado dió marcha inmediatamente intentando no temblar ante el aura caótica que desprendía el de traje negro.

Augen Himmel (T.R × Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora