Cincuenta y Dos.

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Olesia debió interrumpir la fiestita de té que tenía con sus hijas en el jardín para ir al baño más cercano a vomitar, apenas se pudo limpiar la boca se sentó en el suelo del baño y suspiró profundamente asintiendo a la nada, al parecer otra vez estaba embarazada y no le sorprendió debido a la semana de sexo intenso que tuvo con el carmesí para "Recuperar los años en abstinencia", aunque tampoco se quejaba, adoraba a sus hijas.

Cuando se sintió lista salió con una sonrisa ligera llevando otra fuente con galletas para fingir que fue por ellas y no asustar a sus hijas que apenas la vieron volver al jardín se acercaron.

Entrada la noche se puso un bonito camisón negro y tras acostar a sus gemelas se sentó en el sofá frente a la chimenea a mirar nuevos catálogos infantiles hasta que Reich llegó de su agotador día de reuniones.

—¿Cómo estuvo la fiesta de té?, lamento habérmela perdido.. –Este le dió un beso en la coronilla apenas se sentó en el sofá también dejando su portafolios y gabardina a un lado—.

—Todo estuvo bien, incluso hubo una sorpresa.. –La bicolor se relamió los labios sonriendo de lado y de su bolsillo sacó un pequeño plástico rectangular que le entregó al mayor mirándolo de soslayo—.

—¿Sorpresa? –Sin entender bien al inicio recibió la pequeña figura y miró las dos líneas rojas durante un momento hasta que su cerebro hizo conexión sobre qué era– ¿Esta es una…?, ¿Y positiva…?

El de ojos rubí dejó que su boca se abriera por la sorpresa y luego giró a mirar a la polaca que acarició su vientre aún plano como confirmación.

—Seremos padres otra vez.. –Sus ojos se humedecieron un poco llegando a soltar algunas lágrimas, las cuales eran de felicidad, siendo inmediatamente abrazada por su esposo—.

Las cosas estaban bien para ellos, en esos años se habían terminado de conocer bien tanto en sus nuevas vidas como en las pasadas humanas, así que la noticia del nuevo embarazo era buena y la celebraron. El de esvástica encendió el tocadiscos con una de sus melodías favoritas y bailaron apegados durante un rato mientras se susurraban halagos con complicidad y sonrisas coquetas hasta acabar en la cama abrazándose para descansar plácidamente.

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Siendo las cuatro de la mañana, el azabache se removió incómodo en la cama hasta sentarse con un expresión de fastidio quejándose bajo logrando despertar a su mujer.

—Maldición, quiero patatas fritas. –Refunfuñó él mirando al reloj, siendo la hora que era el personal de cocina naturalmente estaba en descanso en la mansión principal junto con todos los demás—.

—......Yo también quiero –Olesia se levantó de la cama teniendo cuidado con su vientre de cuatro meses, colocándose una manta encima del camisón y disponiéndose a salir de la habitación para cumplir con su antojo seguida del más alto—.

Ambos caminaron entre las penumbras de la casa hasta llegar a la cocina donde rebuscaron en el armario de suministros sacando al menos unos diez patatas que se encargaron bufando de lavar y pelar para luego echarlas al aceite caliente estando ya cortadas. Esperaron ansiosos mirando la olla burbujeante que emanaba el aroma glorioso que les hacía agua a la boca por la espera hasta que estuvieron listos y el alemán se encargó de sacarlas con precaución hasta dejarlas en un plato amplio en la mesa de la cocina, donde se sentaron a comer con prisa pero soltando ruidos de satisfacción por el capricho cumplido.

Los antojos nocturnos y de combinaciones extrañas siguieron dándose a través de los meses, llevando al de ojos rubí a subir algo de peso sin importarle mucho qué pensara el resto y podía sentarse a comer con su esposa saqueando el refrigerador como dos niños en una travesura.

—¿Terzo se comió una pelota o se quiere convertir en el reemplazo del globo terráqueo de la sala? –Se burló el italiano seguido de la risa escandalosa del húngaro a quien no le importó hacerlo justo en la cara del aludido—.

—Imbéciles –Reich gruñó entre dientes pero siguió comiendo la pizza que hizo el estúpido sureño, incluso si reconocía que estaba algo pasado de peso actualmente—.

•   •   •

—Y el gran dragón mágico venció a todos los caballeros invasores en su territorio prendiéndoles fuego con una llamarada de su boca…. Fin. –Murmuró el azabache acariciando las cabezas de sus hijas soñolientas que esperaron pacientemente hasta el final del cuento—.

—..Buenas noches papi… –Bostezó Berlín acurrucándose en la misma cama con su hermana, al ser invierno preferían dormir juntas en caso de que hubiese tormenta de nieve ya que eso solía asustarlas y estando unidas se sentían mejor—.

—Descancen…. Las amo.. –Y besó sus frentes con cariño deseando que llegase pronto la mañana para poder verlas correteando por la casa nuevamente entre risas—.

Tras levantarse de la cama salió cerrando la puerta con cuidado luego de asegurarse de que la luz de noche estaba encendida y caminó entre los pasillos oscuros hasta llegar a la habitación que compartía con la albina que abrió los ojos apenas oyó la puerta.

—¿Ya se durmieron, todo bien?.. –Bostezó ella frotándose los ojos para despejar un poco el sueño, todo el frío de afuera la hacía querer invernar como un oso—.

—Si, no te preocupes.. –Reich se quitó la bata para acostarse en la cama con cuidado para no remover mucho a la más baja y su vientre de ocho meses– ¿No necesitas que te traiga algo antes de dormir?

—No, solo quiero que me abraces –Esta se encogió contra el pecho ajeno e inmediatamente sintió que él le rodeó la cintura así que sonrió tranquila disponiéndose a dormir—.

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—¡No te muevas abuelito! –Chilló Varsovia colocando más listones en el cabello del húngaro que a su medio pesar se dejaba hacer mil y un cosas en el cabello mientras bebía café—.

—Parece un árbol de navidad –Se burló el de esvástica por lo bajo únicamente para no hacer sentir mal a su pequeña por su estrambótica decoración—.

—Ah Nazi no te había visto, ¿Qué te panzó? –Reacio a perder tiempo para burlarse del peso ajeno el de parche alzó la ceja mirándolo burlón—.

Por su parte ambas niñas habían sacado sus dos maletas de accesorios para jugar con el cabello de Hungría en Imperio debido a que eran los que lo tenían más largo desde entre todos, aunque el nipón no decía nada en absoluto sobre las cosas que le ponían en el cabello pues no tenía problema alguno de que incluso lo trenzaran, también quería mucho a las niñas.

—Papi, ¿Puedo pintar tus uñas? –Inocentemente preguntó Berlín acercándose al de esvástica con un esmalte rosa mexicano que lo hizo sudar frío—.

—....si cariño, puedes pintarme las uñas.. –El alemán evitó soltar una queja de resignación mientras que los otros adultos se aguantaban la risa—.

Augen Himmel (T.R × Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora