Diecisiete.

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La pequeña polaca se mantuvo aferrada al brazo del carmesí que inconscientemente estaba por delante de ella cubriéndola con su cuerpo con disimulo, habían otros dos fascistas en la casa además del de bigote pequeño, Himmler y Goebbels miraban a su alrededor pues antes no habían llegado a pisar la residencia privada donde vivía el de esvástica dentro de la mansión.

—...Tengo miedo.. –Murmuró la albina encogiéndose y apegándose al hombro ajeno para no ser escuchada por los otros—.

—Solo trata de no hablar de más, tu acento es notorio para ellos. –Reich aprovechó que los mayores estaban hablando entre sí para responderle, detestaba sentirse acorralado de esa manera como si fuese una rata—.

—Veo que ya están usando los anillos, muy bien muchacho, recuerda que siempre tienes que dar el ejemplo para todos –El austriaco asintió conforme de ver las manos de ambos jóvenes con un juego de anillos de oro, aunque aún no entendía porque el otro siempre se guardaba todo para sí mismo—.

—¿Nos recuerda cuál es su apellido, señorita..? –Heinrich decidió meterse a la conversación tras buen rato observando a la más baja, por sus rasgos notaba que no pertenecía a ninguna de las familias de altas esferas alemanas debido que era casi albina—.

—Blau toma mi antiguo apellido porque estamos casados, así que es Keller. –Oportunamente el de ojos rojos ya había previsto ese tipo de preguntas así que se adelantó en responder por la joven nerviosa– ¿Ya visitaste París?

Se dirigió ahora al antiguo pintor para cambiar el tema de conversación sabiendo lo mucho que le gustaba a este hablar sobre sí mismo.

—El viaje ya está programado para esta semana, finalmente veremos a esos desgraciados experimentar la humillación que hicieron pasar al pueblo germano. –Cuando comenzaba a hablar respecto al tema su tono de voz amable cambiaba drásticamente, pero luego se relajaba al recordar que estaban aplastando a los demás en Europa y África—.

—Tenemos para ellos los mismo planes que con los malditos polacos, vamos a extirpar a las pestes judías y a cernir a descendientes germanos y Arios para reubicarlos en el Lebensraum –Otra vez el hombre de lentes redondos se incluyó en el tema generando los asentimientos de los dos humanos, a diferencia del de esvástica que hizo una ligera mueca y la única mujer que se puso más pálida—.

—Cierto, todos los que no sean de utilidad serán mandados a los campos de trabajo y exterminio para que no estorben en nuestros planes, es una lástima que los hornos no se puedan deshacer más rápido de ellos –Goebbels le dió un sorbo a su copa de vino pero se detuvo cuando oyó una tos seguida de un ruido raro emitidos por la de vestido rosa a la que todos giraron a ver—.

Olesia soltó su tenedor estando a la mitad del platillo, y se levantó de la mesa haciendo el ruido de arcadas para alejarse más rápido.

—Con permiso. –El azabache dijo antes de también levantarse y seguirla dejando a los hombres con muecas en la mesa, al ver que la más baja se metió al baño cerrando la puerta no le importó abrirla al oír que no la aseguró—.

Entonces la vió sentada en el suelo comenzando un llanto que se forzaba por silenciar con sus manos temblorosas, entonces suspiró y cerró la puerta dejándola ahí para volver al comedor con una expresión neutral.

—Me temo que tendremos que posponer esta cena para otra ocasión, mi esposa no se siente muy bien… la comida le cayó un poco mal y está apenada de tener que interrumpir. –Reich los miró charlando entre sí antes de comenzar a hablar, peor oportunamente el austriaco asintió ligeramente incómodo y se levantó de la mesa—.

—Es bueno que te preocupes por la señorita, cuando se sienta mejor pueden ir a visitarme al Berghof, ya sabes que me agradan los niños –El de uniforme café se acercó a darle la mano asintiendo y luego marchó a la entrada seguido de sus dos partidarios que tenían expresiones algo más fastidiadas– Adiós muchacho.

Ya con esos fuera de su casa bufó volviendo al baño del pasillo, abriendo la puerta para tomar en brazos a la polaca que seguía llorando pero ya con menos ansiedad, se tomó la molestia de llevarla hasta el baño de la habitación que ella ocupaba y la desvistió para meterla a la tina ya llena con agua tibia. Dedicándose a enjabonarla lento con una esponja a pesar de que ya se había aseado antes, simplemente la temperatura del agua era para atraer la relajación muscular y por ende tranquilizarla de su llanto con hipo.

Sin juzgarla y sin decirle que se callara, porque sabía en carne propia lo que era ser humillado por otros, incluso si había ocupado su territorio para esclavizar a la gran mayoría y matar a otros tantos…. a él también le habían causado impotencia en sus inicios al nadie tomarlo en serio y presionarlo con la deuda de Versalles.

Al sacarla del agua que comenzaba a enfriarse la envolvió en una toalla grande y volvió a cargarla debido a lo liviana que era, la sentó en la cama para luego acercarse al clóset a buscar un camisón simple que llamara su atención, al escogerlo se lo tendió para que se vistiera solo con eso.

—Acuéstate –Le ordenó señalando las mantas que ella removió para acomodarse bajo estas, entonces se quitó el traje hasta quedar en ropa interior para evitar arrugar lo demás y subió a la cama también—.

No tenía planes de fornicar, solo la tomó del mentón y comenzó a besarla sosteniéndola de la cintura, se distrajo en eso durante buen rato hasta que la bicolor comenzó a quedarse dormida correspondiendo más lento hasta que en determinado momento se detuvo para apoyarse en su hombro ya respirando tranquilamente. Pasó algunos minutos en silencio mirando al techo hasta girar la cabeza a hacia su derecha, volviendo a concentrarse en la energía que emanaba del vientre de la albina que dormía pacífica y su mano volvió a posicionarse allí, era una parte cálida pero no tan blanda como sus grandes pechos.

Augen Himmel (T.R × Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora