¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—No me gusta prometer algo que no podré cumplir.
—Eddie...
—Me estás asustando ____.
Maldije internamente sintiéndome una completa cobarde. Si, habíamos hecho una promesa que consistía en no ocultarnos nada desde ahora, hablaríamos siempre con la verdad así fuera cruel. Él me confesó cada uno de sus encuentros con las chicas; sin detalles claro, también las veces que bebió hasta el amanecer por estar pensando en mi, por el estúpido daño que le causé. Mientras que yo le oculté lo que sucedió con Jason.
Presentía que las cosas cambiarían para mal.
—¿No vas a decirme nada?
—Primero promételo. Eddie, promételo por favor. Que por ahora no cometerás ninguna locura —añadí con la voz entrecortada.
Eddie chasqueó la lengua con enojo, empezando a perder la paciencia..
—Prometo que no haré nada, ahora dilo. Maldición.
—La noche en la que Jason me sacó a la fuerza... —él tensó la mandíbula— no solamente me raptó y ya, como te lo había contado.
—¿Qué?
—Esto es tan cruel, Dios... —me llevé ambas manos al rostro suspirando con frustración, me giré y le di la espalda. Juraba que este era el mejor momento para saltar de un acantilado. No había vuelta atrás—. Jason me...
—Buenas tardeees —alguien exclamó del otro lado de la puerta, enseguida empezó a tocar.
Eddie y yo nos miramos confusos.
—¡Mierda! ¿ahora quién es? —seguían tocando, al mismo tiempo se escuchaban murmullos; Eddie rodó los ojos y susurró—. Ahorita prosigues —avanzó a la puerta, abriéndola de mala gana. —No, gracias no estoy interesado en comprarle pan.
—Pero si solo le tomará un minutito —me acerqué a él, estirando el cuello por encima de su hombro. Se trataban de tres personas, dos mujeres y un hombre. Todos cargando sombrillas y folletos—. ¿Usted cree que después de la muerte hay vida? —cuestionó una de las mujeres entregándole el folleto a Eddie, quien lo tomó para darle una hojeada con el ceño fruncido.
—Seh, adiós —les cerró la puerta en la cara, pero nuevamente volvieron a tocar —¡¿ahora que?! —abrió nuevamente la puerta—. Ya pasó el minuto —escupió de mala gana.
—Para nuestro creador, no existen los límites, o la impaciencia como la suya.
—¿Sabe que cosa si existe?
Los tres se miraron confundidos y después volvieron a centrarse en nosotros.
—No, ¿que cosa?
—El Diablo, asdasda —les mostró la lengua, volviendo azotar la puerta. Arrugó el folleto con la mano y lo lanzó al contenedor de basura—solamente así me los quito de encima —suspiró esbozando una mueca—. ¿En qué estábamos?