—¿Tienes todo para irte? —cuestiona Björn—. Ellos te darán comida y un lugar caliente para dormir. Esas guardias duran días, después podrás volver —Frida asiente.
—Estoy lista para irme Björn. En verdad gracias.
—Espero que encuentres lo que buscas —ella se acerca a él para abrazarlo de nuevo. Enseguida se acerca a Ubbe.
—No nos volveremos a ver en un largo tiempo —habla él.
—Te deseo éxito, y cuando encuentres a Floki, dile lo mucho que todos lo amamos y extrañamos —pide Frida, amable y casi suplicante.
—Lo haré —habla él sonriente, enseguida ella se acerca para abrazarlo y susurrar:
—Estoy feliz por ti y por tu familia junto a Torvi. Agradezco todo lo que has hecho por mí, pero nunca pongas en riesgo tu mayor tesoro por un rato de placer —ella se separa para verlo a los ojos y hablar, esta vez más fuerte—. Eres grande Ubbe, eres la persona más buena que he conocido, y jamás dejaré de agradecer todo lo que hiciste por mí, y todas esas veces que compartimos cosas mágicas, y otras indeseables. Te adoro, y te amo tanto como a tus hermanos. Gracias por tu coraje y por lo que haces, eres una inspiración para mí, siempre serás mi ejemplo —él se acerca para abrazarla de nuevo, antes de su partida.
—Te amo pequeña Frida. El pueblo vikingo ha sido bendecido con esa mente y esa belleza. Nos volveremos a ver, y entonces yo también podré hablarte de mis emocionantes aventuras, cuando tenga tantas como tú —la chica sonríe y besa su mejilla, para enseguida moverse a hablar con Björn.
—Te debo esto y mucho más. Si soy una buena escudera es por ti, Björn. Gracias por todas las tardes de dolor y sufrimiento que me hiciste pasar, prometo que ahora te las pagaré cuidando de Kattegat, y luchando para ti.
—Sé que lo harás Frida, y a decir verdad yo disfrutaba demasiado todas esas tardes enseñándote. Sé que cuando regreses tendremos tiempo de hablar. Tendrás éxito en tu búsqueda, Frida —la chica enseguida sonríe y sale de ahí, despidiéndose y marchándose con esos mensajeros.
Para todos en la guardia es una sorpresa muy grata ver a Frida de nuevo, después de creerla muerta. Frida ha muerto en diversas ocasiones: cuando Ivar lo anunció, cuando el rey Harald lo relató, y cuando mensajeros que viajaban de Inglaterra a Kattegat informaron que su antigua reina había muerto a manos del rey Alfred y su madre Judith. Pero ahora está ahí, dispuesta a ayudar y seguir combatiendo, buscando recuperar su pasado, su vida, honrar a sus padres y a los dioses.
La chica pasa sus horas libres merodeando por ahí, cerca del río, gritando el nombre del chico que desea encontrar. Sus compañeros le han pedido que pare, que debería descansar más, pero ella no quiere perder tiempo, no importa lo que haga, no se rendirá.
De esa forma pasan siete días lentos y tortuosos, sin siquiera encontrar rastro del chico. A pesar de que ese grupo de exploración cambia de locación cada día, no parece que haya rastro de alguien cerca, y eso la molesta y desespera. Así que, por las noches, tampoco puede dormir.
Mientras estaba en Inglaterra, tenía la seguridad de que él estaría bien, pero ahora no sabe si Hvitserk ha muerto, y cada día se convence de que así fue. Ella sólo les pide a los dioses que algo cambie, que le envíen una señal, que pueda encontrar al chico, o al menos rastros de lo que fue de él, si es que fue devorado por algún animal, asesinado por los bandidos, si se ahogó en algún lago, o si fue envenenado por algún reptil o insecto.
—Esperen, silencio —todos se paralizan ante esas instrucciones, incluyendo a Frida. No saben lo que ese hombre ha visto, hasta que sigilosamente se acercan a la orilla de esa pequeña colina nevada, la cual tiene una vista perfecta del río.
—No son barcos del rey Harald —habla uno en voz baja, apenas se pueden escuchar entre ellos. Cuando Frida puede ver a esas personas, descubre ese traje extraño y esos cascos algo ridículos. Jamás ha visto a personas así.
—Son barcos cristianos —habla Frida en voz baja—, pero no son sajones.
—Debemos irnos, ir por más hombres para capturarlos y que hablen.
—Sólo son tres hombres —habla un chico joven.
—Ninguna embarcación traería sólo a tres hombres. Vámonos —vuelve a hablar el líder del grupo.
Justo cuando se van a dar la vuelta para avisar y pedir refuerzos, el capitán de esa embarcación los ve, y comienza a gritar en un idioma que nadie comprende, es cuando salen más soldados del bosque, rodeando a ese pequeño grupo vikingo.
—¡Por Kattegat y por Odín! —grita el vikingo, líder del grupo. Es cuando los Rus se acercan, con intención de exterminarlos.
Ambos grupos son fuertes. Frida no se había encontrado con hombres que compararan a los vikingos en destreza y fuerza, por eso ella tiene problemas para combatir. Su ligereza al pelear, su cuerpo pequeño, su agilidad y rapidez la hacen una rival mortal, logrando esquivar y acertar todos los golpes. Ella es consciente de sus amigos que sucumben ante la furia de esos hombres, y esto la desconcentra, siente que el gran padre Odín la llama.
Hasta que un hombre logra acertar un golpe, logrando que Frida pierda el control de su hacha y la suelte, mientras ella se arrodilla para lograr recuperarla, el hombre ya la ha sometido, poniendo su espada sobre el hombro de la chica, cerca de su cuello. Ella deja de luchar, quedándose paralizada y observando a aquel hombre a los ojos,
Ese sujeto la observa con curiosidad. Frida es una chica joven y hermosa, llama la atención su habilidad para combatir, su fuerza, seguridad e inteligencia. Sin embargo, él tiene un trabajo.
—Espera —Frida reconoce esa voz, aquella que está en sus terribles pesadillas, y sus sueños más perfectos. Es entonces que ella nota que todo el grupo de vikingos ha muerto. Está segura de que pudo haber escapado alguno, desearía haber escapado.
Frida escucha esos pasos, acompañados del sonido del metal enterrándose en la nieve, un sonido digno del horror más puro, que la hace sudar, temblar y temer. Ella quiere llorar, desea hacerlo, hasta que ve frente a ella esos ojos azules dilatados y esa expresión incrédula y pálida.
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FRIDA [Parte II] (Ivar The Boneless)
Fiksi PenggemarLargos caminos de miseria y sufrimiento. Sin embargo, aunque todos hubieran sido claros, tal vez no habría diferencia. Si los dioses no lo hubieran querido, jamás nos habrían reunido. ¿Acaso los dioses gozan con ver nuestra angustia al borde del a...