—¿Era mi hijo? —cuestiona Ivar, desesperado por una respuesta, ansioso y nervioso, Frida comprende que Hvitserk no le dijo que su hijo murió.
—Nuestro hijo, Ivar, salió de mí el día siguiente que hui. Jamás conocí a nuestro hijo —esas noticias son desastrosas para él, quien vuelve a derrumbarse y a pensar en aquellos golpes que le dio a Frida. ¿Y si eso lo provocó? Él asesinó a su propio hijo, y no tarda en sacar conclusiones sobre ese segundo bebé
—El hijo que llevaste a Inglaterra era de Hvitserk. ¿No? —ella sólo puede asentir.
—¿Mi hijo? —cuestiona Hvitserk, al borde de las lágrimas. Frida puede notar toda la amargura en esos ojos que han estado inyectados en sangre desde hace días.
—Si yo hubiera estado enterada de nuestro bebé, te juro que jamás te habría dejado, jamás lo habría llevado a tierra sajona —él está destrozado. Un hijo con la gran Frida, él no era digno de tener ese papel, nadie lo sería.
Hvitserk ahora escucha en silencio. Sabe que su hijo murió, aún no sabe de qué forma, por eso sólo quiere escuchar la historia, tal como Frida quiera contarla.
—Adopté un nuevo nombre. La gente me llamaba Angela, y según la historia yo era una chica huérfana que provenía de Hispania, eso explicaba mi acento que esa población encontraba extraño. A pesar de todo, la mujer que me adoptó: Esther, no me permitía salir demasiado. Yo ayudaba en los deberes de la casa y en el cuidado de sus hijos. Cada domingo íbamos a la iglesia, me enseñó todas las formalidades de las personas cristianas, aprendí sus oraciones, su forma de hablar, sus costumbres. Yo debía adaptarme. No pasó ni una luna, cuando una mujer desconocida me interceptó, quería saber mi edad: me dijo que yo era muy vieja para conseguir marido, las mujeres de mi edad ya tenían hijos; dijo que me quedaría sola por siempre. Yo no lo sabía, pero contestarle mal a los adultos es una falta terrible, así que cuando me irrité la insulté, ella me abofeteo y yo regresé el golpe. Esa tarde, mi madre adoptiva me golpeo. Yo no tenía forma de escapar, York estaba a dos días de viaje en caballo, y yo no tenía uno. Sólo soporté, al final yo sólo era una intrusa.
Ambos encuentran curiosa esa historia, los cristianos sí que eran demasiado extraños.
—Esa misma Esther me hizo pedirle disculpas a Sahra, la mujer que golpee. Sahra me presentó a su hijo en una cena que organizó Esther, ese hombre tenía 50 años, y había quedado viudo, no tenía hijos, quería uno. Días después Esther notó que yo estaba embarazada, a mis espaldas arregló un matrimonio con aquel hombre, me prometió a esa familia. Yo no quería casarme, le pedí que me ingresara a un convento, en esos lugares las mujeres prometen su vida al Dios cristiano, por eso se libran del matrimonio. Ella aceptó encantada, prefería que la pagana se convirtiera en una ferviente cristiana a que se casara. Pero cuando Sahra y su hijo lo supieron, me llamarón a su casa. Como se pensaban que yo les debía algo, me obligaron a ir, con el pretexto de ayudar a un par de cosas. Esther me obligó a ir, y al estar ahí no me dejaron salir de su hogar. Golpearon mi cabeza cuando intenté golpearlos para salir de ahí, así que quedé inconsciente. Cuando desperté estaba en una cama, sin mi ropa, con el repugnante olor de ese hombre impregnado en mí. Aun no sé si me violó, pero les juré que los asesinaría, a los dos.
Frida lo cuenta sin prestar atención a las expresiones de asco que ambos chicos tienen, ella ha decidido soltar todo aquello que no ha podido describir a los demás.
—Yo no lo sabía, pero para los cristianos, pasar la noche en la casa de un hombre es algo sucio, algo impuro, algo que te mancha y te marca, una acción que te convierte en su posesión. Sahra y Christian sabían eso, yo no, y lo planearon todo. Esther me dijo que era una sucia, le expliqué lo que sucedió, pero no importaba la forma en la que pasó, importaba el hecho, el cual bastaba para negarme la entrada al convento. Aprendí que las mujeres aceptan el matrimonio sólo para sobrevivir, yo fui muy afortunada al casarme por amor.
Esto vuelve a herir a Ivar. Sabe que Frida lo adoraba con su alma, y él la destrozó completamente para que ella luchara contra esos sentimientos, y decidiera salvarse.
—Yo sólo quería conservar a mi hijo, y escapar de ahí seguía siendo una opción que no existía. Me bautizaron para poder casarme. Odín me ama demasiado, que dos días antes de la boda, los hombres que me llevaron ahí fueron a ver cómo estaba. Les rogué que me llevaran de vuelta a Kattegat, cualquier destino era mejor que casarme con un hombre repugnante a quien no le importaban mis ambiciones. Ellos me sacaron ese mismo día, sólo que se negaron a llevarme de vuelta a Kattegat: Ivar se había vuelto demente, quemaba gente, y se había proclamado un Dios. Entonces se me ocurrió ir a York, y dejarle mi destino al rey Harald.
—¿Quiénes te ayudaron? —cuestiona Ivar, intrigado.
—Aunque recuperaras mi entera confianza, no te lo diría, hice una promesa con ellos, las promesas no se rompen. Mi palabra es lo único que tengo.
Ivar sólo le sonríe, sabe que, aunque Frida sea torturada, no hablará. Entonces la chica nota lo tranquilo que ha estado Hvitserk, es cuando decide observarlo, y nota que se ha dormido, no debe tener mucho tiempo que lo ha hecho, y ella tampoco sabe por cuanto tiempo ha estado hablando, por eso decide parar. Ivar pronto lo nota, no desea indagar más, sabe que ella hablará cuando lo vea necesario, cuando así lo quiera, a pesar de que desea conocer toda la historia de una vez por todas.
En ese silencio, y sintiendo el cuerpo de Frida a su lado, mientras el sol comienza a ocultarse, él finalmente puede razonar. Toda la alegría y el impacto al encontrarse con Frida lo cegó, es ahora que reflexiona sobre las consecuencias de llevarla a Kiev.
—El príncipe Oleg es peligroso, Frida. Has vivido con los cristianos, pero él es el peor de todos los hombres —la chica le sonríe y asiente.
—Estuve casada con el peor de los hombres, y aun así no logró derrumbarme. Él no será la excepción —menciona ella entre sonrisas.
—No Frida, no entiendes. Esto es serio, yo sólo quiero que no te reveles ante él para que no te haga daño. Evita decir que eres mi esposa.
—No soy tu esposa. Y ese hombre no me hará daño, no moriré sin hacerte pagar lo que me hiciste. Es una promesa Ivar The Boneless —dice con una sonrisa cínica y perversa.
—¿Acaso no me has hecho pagar ya? —Ivar en verdad se siente destrozado, todo lo que Frida le ha narrado es asqueroso y demasiado triste, lo hace sentir desdichado—. La última vez que nos vimos casi me matas; te metiste con Ubbe; dijiste cosas terribles; perdiste a nuestro hijo, llevaste al hijo de mi hermano; fuiste la prometida de mi enemigo, el rey Harald; te has hecho cristiana; tuviste un romance con un cristiano; me hiciste sufrir por años; me abandonaste, no hay día que no pensará en ti; me hiciste creer que habías muerto, y ahora que te encuentro, besas a mi hermano como si yo no estuviera aquí, como si yo no tuviera sentimientos.
Frida está demasiado pacífica escuchando la rabia y amargura con la que él habla, entonces ella se separa de Hvitserk sólo para encarar a ese chico.
—Todo eso sólo es consecuencia de lo que tú hiciste. Yo aún no hago algo para hacerte pagar, y si en verdad tienes sentimientos, no tienes idea de lo mucho que pienso divertirme y hacerte sufrir —ambos están llenos de rabia y tristeza—. Gracias por dejarme vivir y traerme contigo, porque lo voy a disfrutar hasta mi último suspiro.
Frida se levanta para irse lejos, pero antes de que pueda avanzar, vuelve a girarse para verlo a los ojos.
—¿Sabes cuál es el precio de las esperanzas, y las ganas de vivir? Eso es lo que tú me quitaste, y lo pagarás hasta el día de tu muerte.
Ella va a sentarse lejos de ese chico, mientras Ivar sólo la observa. Ella le da la espalda. Al parecer Frida no ha cambiado, y sigue siendo la misma persona calculadora y perversa que lo abandonó, la misma mujer pasional que lleva sus emociones al límite, la misma chica de quién se enamoró.
ESTÁS LEYENDO
FRIDA [Parte II] (Ivar The Boneless)
FanfictionLargos caminos de miseria y sufrimiento. Sin embargo, aunque todos hubieran sido claros, tal vez no habría diferencia. Si los dioses no lo hubieran querido, jamás nos habrían reunido. ¿Acaso los dioses gozan con ver nuestra angustia al borde del a...