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La siguiente vez que nos vimos fue seis años más tarde. En París. Coincidimos en un supermercado. Recuerdo que tenía el pelo hecho un lío porqué esa mañana había decidido no peinarlo. Y también porqué la paciencia no me daba con un embarazo de siete meses.

–Lech. Dame la mano, no me la sueltes ¿O te subiré al cochecito? ¿Lo entiendes?

Mi hijo asintió y tomó mi mano. Seguían siendo pequeñísimas así que al tomarlas acababan siendo envueltas por la mías.

–Estas las llevaremos para mamá, estás para ti y estas para mi.

Estabas en la sección de cereales. Tu hija te dijo algo que no alcancé a oír. Y entonces nuestras miradas volvieron a chocar. Y saltaron chispas entre ambos. Me dí el tiempo para detallarte. Llevabas el pelo cortísimo, las manos llenas de tatuajes y una cadena casi imperceptible en el cuello.

Te acercaste a mí. A paso firme, seguro de lo que harías. Yo tambaleé, me sujeté más a la mano de mi hijo. Y cuando estuviste a un pasó de mí hiciste lo impensado: me abrazaste. Me abrazaste cómo si no quisieras que me volviese a ir, cómo si tuvieses miedo. No correspondí. Te alejaste de mí. Me miraste, me volviste a desnudar y me diste una de esas sonrisas que sólo tú me podías dar.

-Lu, mi querida Lu, es un gusto volver a verte.

Esas fueron las primeras palabras luego de seis largos años. Me quedé callada ¿que se supone debía decirte? Me miraste, casi consultando si quería tenerte ahí, te hice saber que sí.

–Ella es mi hija.

La pusiste por delante de ti. Sujetándola por los hombros. Ella no dijo nada. Probablemente sólo me veía cómo una desconocida, pero yo la veía cómo la razón por la que había llorado muchas noches. No le hablé, ni tampoco te respondí.

–Ella es Lu.

Pensé que hablabas de mí pero luego de unos segundos de análisis me dí cuenta que hablabas de tu hija. Te corregiste después de unos segundos, cuando te diste cuenta de tu error.

–Ella es Luce.

Iba a responder. Prometo que quería responder. Pero entonces llegó tu esposa, lo supe porque lo primero que hizo fue darte un beso fugaz en la boca.

Te miré, casi una despedida. Vi el ruego en tus ojos para que me quedará, no pude responderte. Me hubiera gustado decirte que también me había gustado volver a verte, y que mi hijo se llamaba Lech y mi otro hijo se llamaría Jule. Pero no lo hice. Me dí medía vuelta y seguí con la compra. 

LúanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora