35

4 3 1
                                    

Esa semana habíamos ido de compras. Yo más ilusionada que tú, claro. Teníamos la fiesta de fin de año y a ti se te había ocurrido que fuésemos combinados.

–¿Qué tal esté?

Salí del cambia ropas en un vestido largo, ajustado y azul. Me miraste cómo si buscaras algo.

–Es lindo. Pero no es para ti.

Me sorprendí, esperaba que te gustará porque siempre me decías que te gustaba que me pusiese ropa entallada.

–¿Por qué lo dices?

–No estás cómoda. Estás buscando que apruebe tu vestido, cosa que no deberías hacer, pero si lo quieres hacer, busca algo que te sea cómodo. A mí me encantará lo que sea que uses.

Me puse a llorar en ese instante. Esas últimas semanas era lo único que sabía hacer. Llorar de pena. Llorar de rabia. Llorar de impotencia. Habíamos intentado buscar otra psicóloga pero yo no lograba sentirme del todo cómoda.

–No llores, Lu. No hagas eso.

Acunaste mi rostro. Y repartiste besos por toda mi cara, eso me hizo reír. Cuándo las lágrimas pararon y dejé de hipar volviste a hablarme.

–Iré a buscar un vestido. Tú quédate aquí.

Soltaste mi rostro y diez minutos después volviste con el vestido más precioso que había visto en mi vida. Era morado, estilo corsé en la parte de arriba y con una falda suelta y con tul hacía abajo, me llegaba cuatro dedos por sobre las rodillas.

–Se me verán las cicatrices.

–¿Y qué?

Me sonreíste, tomaste mi mano y luego fuimos a pagar a caja.

LúanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora