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La temporada de vacaciones se nos fue más rápido de lo que ambos deseábamos. Quedaban poco más de dos semanas para tener que tomar mi avión hacia una de las puntas del país y semanas después tu harías lo mismo pero hacia la punta contraria. Nos habíamos quedado en mi casa durante esas semanas ya que mis padres como de costumbre habían desaparecido. Acostumbrabas a decir que esa era una práctica para cuando finalmente viviésemos juntos. Nos levantábamos poco antes del mediodía, tú te dedicabas a cocinar mientras que yo me daba una ducha. Tomábamos desayuno y nos toqueteabamos en la isla de la cocina para luego decidir que haríamos el resto del día. A veces solo nos quedamos viendo televisión en casa como un matrimonio cuarentón un día domingo. Otras salíamos a caminar por el pueblo como dos adolescentes que no tenían dinero para nada más. Y otras tantas le pedíamos el auto a tu padre para ir a la playa como veinteañeros que no les importaba vivir nada más que ese momento.

–Te he comprado algo.

Me dijiste en uno de esos viajes. Te mire mal, a pesar del tiempo que llevábamos juntos seguías dándome pequeños regalos sin motivo alguno.

–No me mires así, cariño. Está en la guantera –la señalaste por unos segundos antes de volver a colocar tu mano sobre el volante –. Vamos, Lu. Ábrelo de una vez.

Te sonreí mientras buscaba entre la pila de documentos que había ahí.

–Lo encontré.

Alcé mi mano cuando di con la pequeña caja. La abrí con cuidado, entre nerviosa y curiosa. Me quedé en silencio cuando la abrí.

–Son anillos de promesa. Uno para ti, otro para mí.

Dijiste. Yo seguía mirando los dos anillos.

–¿Qué quieres que nos prometamos? -respondí al cabo de un par de segundos.

–Por mi parte, te prometo que siempre voy a estar para ti.

–Entonces yo te prometo quererte, pase lo que pase.

–Cuando nos casemos los reemplazaremos por los maritales. –soltaste.

–Para el auto –solté. –¡Que lo pares, Lúan!

Te asustaste ante mi grito pero lo hiciste. Apenas te detuviste me solté el cinturón y me subí a horcajadas a tu asiento y te besé. Creo que ese fue uno de los momentos decisivos de mi vida. Nunca había imaginado un futuro con nadie, ni con amigos, ni con mi abuelo, ni mucho menos con mi padres, ni siquiera contigo, a pesar del tiempo que llevábamos juntos. Pero tú sí, tú te veías en un futuro conmigo, y eso me hizo sentir la chica más afortunada del mundo.

LúanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora