Era un día de primavera. Lo recuerdo por qué la medicina para la ansiedad me hacía alérgica al polen.
Sentí temor al estar frente a tu casa ¿Seguías viviendo ahí? Quizás otra familia la había ocupado, quizás ahora vivías con tu hija. No sé cuánto tiempo estuve parada frente al portón, dudosa de tocar el timbre. Finalmente lo hice, tú hermano me abrió.
Me reconoció de inmediato.
<<Estás preciosa, Luisiana>> me dijo, él también había crecido, debía tener unos diecisiete años en ese momento.
Tu no estabas en casa, habías ido a comprar junto a tu papá. Recuerdo que me invitó a pasar, no pude negarme, Giovanni fue siempre un hermano pequeño para mí. Hablamos mucho, nada de ti, ninguno de los dos tocó el tema y sinceramente se lo agradezco. Pero finalmente llegaste.
Entraste primero que tu padre. Venías riéndote de algún chiste que había dicho. Dejaste de reír cuándo me viste. Tu padre se detuvo al verme. Estaban en shock. Tu padre fue el primero en salir del trance, soltó las bolsas y corrió a abrazarme fuertemente, susurró muchas veces la palabra hija. Quise llorar. Me soltó cuándo dijo entre risas que se le iba a acalambrar el brazo.
Te busqué con la mirada. Te encontré. Tu hermano dijo algo sobre una salida con amigos y tu padre dijo que se iría a duchar. Nos quedamos solos.
–Necesito que me acompañes.
Fue casi una súplica.
–¿Alguna forma que deba vestir?
–Negro.
Fuiste a tu habitación a cambiarte. Me quedé observando a la nada, ausente de todo lo que estaba sucediendo. Fue casi irreal. Volver a verte cómo si no hubiese sido la primera vez que nos veíamos en tres años. Cómo si tú no hubieras decidido echarme a patadas de tu vida.
Cuándo volviste lo reconocí de inmediato. El traje que llevabas era el mismo que el del día del baile. Te quedaba algo más corto, pero te seguías viendo precioso.
–He venido a pie, tendremos que tomar el autobús.
–Tengo auto.
Quise resistirme. Quise decirte que no era necesario. Pero sabía qué iba a ceder, así que no lo intenté. Te dí la dirección. Frunciste el ceño al verla pero no dijiste nada, seguiste conduciendo. Al llegar tomé tu mano, sentí el escalofrío al volver a sentir tu piel. Tú también lo sentiste.
Caminé a paso firme a pesar de que me estaba desmoronando por dentro. Mi madre nos miró asombrada al vernos juntos otra vez, mi padre se molestó por llevarte ¿Que pintabas tú ahí? No lo sé. Sólo supe que te necesitaba, que no podía vivir esa situación con nadie más.
Nos sentamos en primera fila. Me miraste. Me volviste a ver desnuda, igual que años atrás en ese baño. Quise volver a mi caparazón, ese que en los últimos años había desarrollado una capa extra, una capa que decía "por si le vuelvo a ver de casualidad". Irónicamente, yo te fuí a buscar a la puerta de tu casa. No hubo pony, ni final feliz. Pero me tomaste la mano y no la soltaste. No la soltaste en ningún momento al igual que yo lo había hecho en el funeral de tu madre.
Ahora tú lo hacías en el funeral de mi abuelo.
Te volví a mirar cuándo no pude resistir más. Necesitaba salir de esa tortura. Lo supiste de inmediato. Soltaste mi mano para pasarla por mi cintura, me pegaste a ti y salimos de la ceremonia. Cuándo nos alejamos lo suficiente me abrazaste. Me abrazaste cómo lo hiciste el día que nos separamos, el día en que tomé el avión. Pero esta vez lo hiciste para sostenerme. Recuerdo haber gritado contra tu pecho, haberte dicho lo injusto que era el mundo y el cuánto deseaba volver el tiempo atrás. No respondiste, sólo dejaste que me desahogara, que botara todo el sentir de ese momento.
Cuando pude calmarme volvimos a tu auto. Supe a dónde nos dirigiamos luego de un rato, no tuve el valor de decirte que paráramos. Llegamos a la heladería, ésa en la que casi hace una década me habías pedido ser tu novia.
–¿Te sigue gustando el pistacho?
Asentí. Tomaste mi muñeca, me resistí, supiste verlo, me soltaste. Me senté en una de las mesas que daba a una ventana, tú volviste al cabo de unos minutos con dos helados. Los comimos en silencio los primeros minutos. Finalmente rompí el silencio, nunca fui muy paciente.
–¿Por qué me abandonaste?
Te atragantaste ante mi pregunta. Apartaste tu mirada de mi, dudaste, buscaste la manera de decírmelo sin que doliera, cuándo aceptaste que de cualquier forma me dolería sólo lo soltaste.
–Ibas a tener el mundo a tus pies. Tienes el mundo a tus pies. Pero no ibas a romper tu promesa de estar conmigo. Así que yo la rompí. Ahora tú eres grande y yo sigo siendo pequeño.
–No tenías derecho a romperme de esa manera.
Te quedaste callado. El ambiente se volvió tenso. Quería gritarte, decirte que eras un idiota, que no veías más allá de tu ombligo, que ambos debimos haber decidido que hacer con el otro, con lo nuestro. Pero no lo hice. Sólo hice lo único que sabía hacer con seguridad: ocultarme en mi caparazón. Eso y soltar preguntas inapropiadas en el mejor momento.
–¿Cuándo te casaste?
Miraste el anillo en tu mano izquierda. Cómo si hubieses olvidado que lo tenías ahí.
–Hace 2 años.
–¿Antes o después de que naciera tu hija? Digo, porqué toda tu familia feliz sucedió muy rápido.
Pareciste sorprendido de que lo supiera. Tragaste saliva y luego me respondiste.
–Fue después, Lu...
–No me interesa saber el nombre de tu hija.- interrumpí.
–Mi hija ya tenía cuatro meses.
–Es sorprendente ¿sabes? Nosotros no llevábamos ni seis meses separados y tú ya tenías una hija en camino. Dime, ¿cómo se siente, Lúan?¿Cómo se siente olvidar a alguien tan rápido a pesar de llevar más de una década conociéndose, seis años en pareja y saber cada uno de sus puntos débiles?¿Mhm? – boté todo lo que sentía, motivada por la ira y el rencor–, me lo podrías decir ¿por favor? Me ahorrarías todos los psicólogos, miedos y temores con los que vivo cada día, y sí se puede, claro, sí no es inconveniente para Don Jueputa ¿cómo puede predecir cuándo alguien se va ir?
–Lu...
–Lu y una mierda, Lúan. Lu y una mierda –me levanté–. Y no te sientas especial, Lúan, no eres especial por acompañarme al funeral de mí abuelo, mucho menos por verme llorar. Lo que pasa es que me dejaste tan traumada que no he podido dejar entrar a nadie en mi vida por miedo a que me joda cómo tu lo hiciste. Yo no he podido superarte.
Sentencie.
–No consigo dejar entrar a alguien a mi vida, mucho menos tener una relación romántica o un bebé ¡Dioses! Pero tú estás ahí, sentadito y callado, invitándome un helado en la heladería en que me pediste ser tu novia ¡Sin sentir nada! –grité, algunas personas nos miraron –Sin sentir una mierda, Lúan. Así que ahórrate ésto y ve con tu esposa e hija que seguro te están esperando en casa.
Y tan rápido cómo pasó ya iba caminando calle abajo. Buscando alejarme de ti y de todo lo que seguías logrando hacerme sentir.

ESTÁS LEYENDO
Lúan
Romansa¿Puede una historia de amor jamás tener final? ¿Cuál es el límite? Esta es la historia de Lu, la chica que deseaba ser querida. Y de Lúan, el chico que la quiso, aunque quizás no de la manera correcta. Porque en la vida, siempre hay personas que te...