Lea
Cuando entro en mi casa soy recibida por Milo y Kiko. Los dos son perros muy cariñosos.
Después de un rato me pongo unos pantalones cortos negros, un top blanco suelto y mis deportivas blancas de Stitch. Además decidí hacerme una coleta alta. Se nota que ya es junio, últimamente los días son muy calurosos.
Cojo mi móvil, les pongo el arnés a mis dos perros y vamos a dar un paseo por el bosque. Ellos se alejan solo un par de metros. Son bastante protectores, no se suelen alejar mucho de mí.
Cuando estamos volviendo, a unos diez metros veo un gran lobo negro, con unos preciosos ojos verdes. Ahora entiendo por qué la gente me decía que tuviera cuidado.
Mira que eres tonta, ¿cómo no haces caso a la gente que lleva viviendo aquí toda la vida?
Es que no imaginé que se fueran a referir a que hubiera lobos, además tu tampoco dijiste nada.
Corrección, querida, yo te dije que tuvieras cuidado pero no me hiciste caso.
Eso no es cierto.
¿Se puede saber que haces discutiendo conmigo teniendo un lobo enorme delante tuyo?
Mi conciencia tenía razón, que bruta era a veces.
Entonces siento que el lobo avanza hacia mí.
- Quieto - le digo al lobo, con el tono de voz más firme que puedo. Milo y Kiko ya se habían puesto delante de mí y habían empezado a gruñir como muestra de protección.
Es entonces cuando me doy cuenta de que el lobo no apoya su pata delantera izquierda.
- Milo, Kiko, tranquilos, sentados - les digo a mis perros. Ellos dejan de gruñir y hacen lo que les digo casi de inmediato, aunque no despegaron la mirada del animal que teníamos delante.
Poco a poco me voy acercando al lobo. Cuando estoy a un metro de distancia estiro la mano para dejar que la olfatee, tras acabar de olfatearme estiro un poco más la mano y acaricio suavemente su cabeza. Me agacho y le toco la pata que no apoya, él lloriquea por el dolor que le provoca.
- Aquí no puedo hacer nada por ti, si me sigues te podría ayudar - le digo al lobo con la esperanza de que me siga.
Les hago una señal a mis perros para que me sigan y ellos lo hacen. Cuando he avanzado un par de metros veo que el lobo parece haberme comprendido y camina con torpeza por su pata herida.
¿Cómo se te ocurre acercarte así como así a un lobo, tocarle la pata herida y encima, llevarlo a tu casa?¿estás loca o qué te pasa?
Mi conciencia tiene razón, sé que no debería haberlo hecho pero me daba tanta pena que no he podido evitarlo.
Lea eres demasiado buena e ingenua, tienes que tener mucho cuidado, pero me alegro de que seas así.
Al llegar a casa, al lobo le cuesta un poco entrar, pero al final lo hace. Pongo en el salón la cama de perro que tengo de sobra y el lobo se tumba en ella mientras que yo voy por el botiquín. Cuando vuelvo pongo dos tablillas, una a cada lado de su pata y las sujeto con cinta. Al acabar me siento en el suelo junto a él y le hago pequeñas caricias en la cabeza y al cabo de un rato se queda dormido. Dejo al lobo descansando y me doy una ducha. Cuando salgo, me preparo la cena, le doy de comer a mis perros y cuando le iba a dar de comer al lobo vi que seguía durmiendo, así que lo dejé tranquilo. Al acabar de cenar me lavo los dientes, y me quedo dormida leyendo un libro.
Una vez despierta voy al baño y al salir me dirijo al salón pero me sorprende no encontrar rastro del lobo.
¿Cómo se habrá ido?, ¿cómo no me he enterado? y sobre todo... ¿Estará bien?
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Mi destino
RomanceLea es una chica como cualquier otra que vive en un pueblecito en California. Ella desde la adolescencia se enamoró de la psiquiatría, al principio todos la apoyaron pero cuando llegó el momento se dio cuenta que estaba sola. Lea eligió cumplir su...