Lea
Cuando me despierto, veo que aún es muy temprano, son las seis y media de la mañana, pero no tengo ni pizca de sueño y no he parado de darle vueltas a este caso, además una pequeña parte de mí sigue pensando en ese lobo.
Me levanto y me pongo mi ropa de deporte. Al acabar, veo a Milo y Kiko ya despiertos, así que los llevo conmigo. Siempre que tengo un caso, o cuando no paro de darle vueltas a algo, me gusta ir a dar un paseo largo por el bosque para despejar la mente y poder ver las cosas desde otro punto de vista además con el día que me espera, me van a hacer falta todos los puntos de vista posibles.
En esta ocasión, cuando caminaba por el bosque me he sentido observada, pero no había nadie. Finalmente llego a casa y me doy una ducha rápida. Decido que hoy me pondré unos pantalones vaqueros de tiro alto negros con una sudadera corta de un tono azul apagado y una coleta alta.
Sobre las ocho ya estoy lista para irme, cojo mis cosas y salgo a la calle.
Cuando estoy a punto de subirme a mi coche, escucho como alguien me llama. Al girarme veo a Candy, mi vecina, venir hacia mí.
- Buenos días, querida - me saluda con una gran sonrisa - quería pedirte un favor si no es mucha molestia.
- Buenos días, Candy. Claro que no, ¿en qué puedo ayudarte? - le pregunto con una sonrisa.
- Resulta que este verano mis nietos van a venir a pasar el verano con nosotros. Mi nieto ya es mayor pero mi nieta tiene dieciséis años, le cuesta mucho relacionarse con los demás, no habla casi con nadie... me preguntaba si tú podrías intentar hablar con ella y averiguar qué le pasa - en el tono de Candy noto preocupación.
- Por supuesto, no te preocupes - acepto casi sin pensar - hoy tengo que salir y no sé a qué hora volveré pero mañana tendré el día libre.
- Muchas gracias, eres un cielo - me agradece.
- Mañana te llamaré para ponernos de acuerdo - le digo en un tono tranquilo.
Nos despedimos y ella entra en su casa.
En realidad no sé por qué he aceptado, creo que solo lo he hecho por el aprecio que le tengo a Candy.
No te engañes Lea, lo has hecho porque esa chica te recuerda a ti y no quieres que ella pase por lo mismo que tú pasaste.
Puede que mi conciencia tuviera razón. Cuando yo tenía dieciséis años no hablaba casi con nadie, me guardaba mis emociones, me costaba muchísimo integrarme con los demás ya que a mí las opiniones y comentarios que tenían los chicos de mi edad no me parecían los correctos, eran demasiado infantiles, además siempre me decían que era más madura que la gente de mi edad. Sí, tenía a Marc, pero a veces me hacía falta una amiga con la que comentar ciertas cosas, opiniones... no me malinterpretéis, conocer a Marc es una de las mejores cosas que me han podido pasar, pero siempre he sentido que me faltaba algo.
Con mi madre y mi hermana, durante muchos años, podíamos hablar de cualquier cosa, pero cuando escogí el bachiller para poder ser psiquiatra la relación se fue enfriando mucho, y bueno, os preguntaréis qué pasaba con mi padre, pero eso es una historia demasiado larga que no me apetece comentar ahora.
Cuando llego al psiquiátrico eran las nueve en punto. En la recepción me estaba esperando el señor Meison.
- Buenas tardes señor Meison - le saludo cordialmente - ¿qué tal está?
- Buenas tardes señorita Vera, me encuentro bien, gracias.
- Ayer me leí por completo los informes y me gustaría mucho hablar con Enzo.
- Por supuesto, pero tengo de que informarle que desde que ingresó en nuestras instalaciones no ha dicho ni una palabra - me dice lo que yo ya sospechaba. Esto no coincide con las características de una persona que ha hecho lo que supuestamente ha hecho este chico. Ahora mismo tendría que estar contando algunos detalles sobre lo que ha pasado e intentando manipular al guardia que lo vigila para que lo suelte.
- Está bien, déjeme a mí.
El señor Meison me entrega una tarjeta negra con pequeños puntitos plateados, yo la observo con curiosidad y cuando voy a preguntar, él se me adelanta.
- Es la llave del ascensor, ahora solo la tiene usted y los dos guardias de seguridad que vigilan esa planta, así que no la pierda. Debe ir a la menos cuatro.
- De acuerdo.
Voy hacia el ascensor y cuando entro, pulso el botón para a continuación pasar la tarjeta por un lector que hay junto al panel de botones. Al llegar a la planta correspondiente, me encuentro con dos hombres con uniforme bastante más altos que yo.
- Usted debe ser la señorita Vera, encantado de conocerla - me dice el guardia de seguridad rubio.
- Igualmente, pueden llamarme Lea, me gusta más que señorita Vera, además nos vamos a ver bastante - les digo con una sonrisa.
- Está bien - contesta el otro guardia de seguridad moreno - yo soy Frank y él es mi compañero Steve - les dedico una pequeña sonrisa antes de hablar.
- Tengo que ir a hablar con el número 43, Enzo Beckman.
- Está bien, te acompañaremos - me dice Steve - Si pasa cualquier cosa puedes gritar y entraremos de inmediato.
Yo asiento con la cabeza y entro en la habitación. Esta es bastante grande, con todas las paredes en blanco y con una mesa de madera en la que se encuentra Enzo sentado con las manos esposadas y los ojos vendados. Me siento en la silla que hay enfrente de él y tomo aire. Es entonces cuando empiezo a hablar.
- Buenos días Enzo, soy Lea Vera.
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Mi destino
RomanceLea es una chica como cualquier otra que vive en un pueblecito en California. Ella desde la adolescencia se enamoró de la psiquiatría, al principio todos la apoyaron pero cuando llegó el momento se dio cuenta que estaba sola. Lea eligió cumplir su...