Extraviados [Stray] - Parte 1

Capítulo 30: La Llegada del Rey

El brazo derecho del guerrero de armadura negra no derramó mucha sangre. Se quedó inmóvil como una estatua de piedra mientras una incómoda luz roja se encendía en el hueco de su casco.

— Espera, recuerdo tu olor —, dijo Nemo, acercándose dos pasos. Desde esa distancia, Oliver podía ver sus ojos con claridad. Los ojos gris plateado brillaban pálidos en la noche oscura, y la luz era como la de una luna llena cubierta por las nubes, similar a la de un fantasma blanquecino. Sus pupilas ya no eran el círculo normal de los humanos, sino que se dividían en cuatro direcciones y adquirían forma de cruz, algo exclusivo de los demonios. — Vives cerca del Laberinto de la Gravedad. Déjame pensar... ¿Witherspoon?

Witherspoon, el guerrero de armadura negra, dio un pequeño paso atrás sin decir una palabra.

No era que no quisiera hablar; en realidad quería gritar. Oliver Ramon no era más que un humano. Naturalmente, no podía comprender el miedo grabado en el alma de los demonios, si es que realmente tenían alma.

Incluso si el Rey Demonio de cada generación fuera diferente, cuando mostraban su hostilidad sin reservas, un demonio superior nunca se equivocaría. No se trataba de una simple sensación de opresión, sino del pesado terror provocado por el curso biológico de la naturaleza. Esa fría sensación de horror le roía los nervios, mordiendo su carne pegada a este cuerpo humano. Su lengua se entumeció por el miedo, y su mente pareció congelarse. Incluso olvidó cómo respirar. Instintivamente quiso escapar, pero no quería exponer su espalda a su oponente. Era como un polluelo que intenta sacudirse las plumas frente a un depredador. Witherspoon se quedó allí, retrocediendo torpemente, aunque inconscientemente sabía que era una lucha inútil.

Esto era claramente imposible. Todos sabían que aquel monstruo no podía salir del fondo del Abismo.

— Una sugerencia —. Nemo levantó la mano en tono animado, como si estuviera discutiendo el menú de la cena con el guerrero de armadura negra. — No te acerques demasiado a Telaranea. Ese muchachito tiene un problema de personalidad.

Witherspoon y Oliver se quedaron mirando la mano.

Sin embargo, Nemo no atacó. Hizo un gesto sencillo: levantó la mano ligeramente hacia el cielo, con poco movimiento. Era como si repeliera mosquitos en lugar de lanzar un hechizo. No hubo cánticos, ni complejas matrices mágicas, ni siquiera un brillo deslumbrante.

De repente, el cielo se agrietó.

Puede que no sea exacto decir que se agrietó: el espacio se desgarró, como si el cielo sobre ellos fuera una pintura en una cáscara de un huevo. En ese momento, la frágil cáscara se fracturaba creando una brecha, revelando el infierno al otro lado. Dentro de la grieta, el fuego ardía en la oscuridad y, de vez en cuando, enormes criaturas deambulaban por la brecha o se asomaban a ella con ojos extraños.

— Es hora de volver a casa —, anunció Nemo. No había sarcasmo condescendiente ni fría ira en su tono. — Es lo justo; después de todo, esto es en defensa propia. Duerme bien, Witherspoon. Será bueno para ti.

A unos diez pasos de ellos, pasó como un fantasma por delante del guerrero de armadura negra, estiró la mano y empujó hacia abajo la coraza del oponente. De repente, el aire se transformó en ondas, acompañadas de un estridente rugido. Witherspoon salió disparado al instante, mientras unas sombras oscuras lo atrapaban sin contemplaciones. Esta vez, la sombra oscura ya no apareció de la nada. La enorme grieta era como una horrible herida fresca, sus bordes goteaban sombras oscuras y pegajosas. Se tragaron la figura de Witherspoon como si fuera una criatura, luego volvieron a fluir por la grieta.

Todo volvió a la calma.

La aterradora grieta en el espacio seguía abierta de par en par. De ella salía un silbido bajo y extraño. El fuego ardía entre las estrellas, las cenizas caían del cielo como la nieve en una noche de invierno. Nemo retiró la mano y miró a Oliver, que estaba tumbado de lado.