-¡Hijo mío!-mamá viene corriendo en mi dirección con sus brazos abiertos, sonrío cuando comienza a llenar mi rostro con sus besos-Mi bebé, mi niño, como te he extrañado.
-Mamá por favor, todos nos están mirando.
-Que más da, eres mi pequeño bebé.
-¿Y yo qué?-se queja mi hermano, y mamá enseguida lo mira con desaprobación.
-Calla vago, que a ti te veo todos los días.
-No soy vago-refunfuña desapareciendo de nuestra vista, sonrío negando mientras veo su silueta desaparecer dentro de la gran mansión colonial de nuestra familia, es una fortificación maravillosa (que han logrado mantener casi intacta) los Bianchi.
-Hijo mío, tu padre está muy alterado por toda esta situación, no te enfades con él-fijo mis ojos en los ojos color carmín de mi madre, nunca entenderé que fue lo que le vió un alma tan pura como ella, a una bestia como mi padre, este mundo cambia a las personas, pero mi madre a logrado mantener su esencia todos estos años.
-Ya veo que te enteraste.
-Como no hacerlo si sus gritos eran notables, mi niño, tu padre está muy preocupado por la salud de nuestra familia no dudes eso.
Blanqueo los ojos y dejo un suave beso sobre la cabellera castaña de mi madre.
Hay tantas cosas que ella ignora.
-Iré hablar con mi padre, te busco horita.
-Estaré en la cocina con Éster-se marcha dándome un abrazo-Tu padre está en su despacho esperándote.
Coloco mis manos en mis bolsillos y me dirijo hacia el lugar indicado en la segunda planta de la casa. Este hogar me trae muchos recuerdos. Buenos y malos.
Crecer en medio de una mafia es algo duro para cualquier niño, mis manos están manchadas de sangre desde mis catorce años, manchadas de sangre de personas que no recuerdo ni el nombre. Manchadas de sangre de tantas personas que ni remordimientos siento.
Probablemente sea una de las escorias de este mundo, nunca he intentado victimisarme, pero al menos mi conciencia pesa un poco menos al saber que he liberado al mundo de cobardes y criminales que solo aportaban mierdas a las demás personas.
Psicópatas, asesinos, secuestradores, maníacos, todo tipo de personas asquerosas que solo nos daban problemas.
No tuve infancia no conozco esa palabra en mi lenguaje, el primer regalo de cumpleaños que tuve fue una arma, y así fueron todos mis demás cumpleaños.
Patético lo sé.
Al menos me alegra mucho el saber que una parte de mi humanidad se ha logrado mantener intacta por todos estos años.
Muchas veces pensé que no era así, pensé que me había roto lo suficiente como para no ser capaz de regenerarnme algun día. Al parecer nuestro destino muchas veces es muy incierto.