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Shogo's POV
Mi nombre es Shogo Tamashi. Cuando tenía cinco años, mamá asesinó a papá.
En el momento en el que la escuché confesarlo, no supe qué decir. Me senté en silencio mientras ella hacía llamadas después de haberme ofrecido un papá nuevo. Cené y comí el helado que mamá me prometió más temprano, pero además de eso, no hice mucho.
Si soy totalmente sincero, no estaba seguro de cómo sentirme. Era cierto que le dije a mamá que papá no me hacía feliz, y eso tampoco era una mentira. Apenas lo veía y nunca me hacía caso, así que no tenía un vínculo profundo con él. ¿Lo quería? Creo que en algún momento lo hice, pero era doloroso todo el esfuerzo que hacía y que al final se iba a la basura porque papá seguía sin hacerme caso. De cierta manera, me alegró escuchar que estaba muerto y que tendría un padre nuevo.
Dicho y hecho, a la mañana siguiente Hanma estaba en casa hablando con mamá. Con él conviví mucho tiempo; en especial cuando papá no podía estar ahí por alguna razón. Siempre fue bueno conmigo y nunca me menospreció. Fue lindo saber que se convertiría en mi papá.
Mamá y él se casaron, yo empecé a crecer y tuve una infancia relativamente normal. Excepto por esa maldición en mis ojos. Maldita... maldición. La odiaba, pero mamá tenía razón; no podía deshacerme de ella por mucho que quisiera.
No me quedaba más opción que hacer lo que mi progenitora quería.
— Ya estoy en casa. — anuncié al llegar, pero al parecer mi madre no estaba ahí. Hanma estaba sentado en la sala, y apagó su cigarrillo en un cenicero apenas me vio. Mamá siempre lo regañaba por fumar cerca mío.
— Ah, hola.
— Ya vi que estás fumando.
— No le digas a tu mamá.
— Nah, todo bien. — estando solo con él, sentí la necesidad de preguntar... acerca de algo que no había mencionado hace mucho. — Oye...
— Dime.
— ¿No piensas a veces... en papá? — su silencio no me estaba ayudando nada; sólo me ponía más nervioso.
— A veces.
— ¿De verdad?
— Sí, nos llevábamos bien los dos. Estuve muy sorprendido cuando Mika me llamó de repente y me dijo que había muerto. — suspiró. — Bueno, pero tampoco me puedo quejar mucho. Si no hubiera muerto, no estaría casado con tu mamá.
