Epílogo

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La plaza central en San Valentín sigue siendo la definición de caos. Ya perdí la cuenta de cuántos empujones y pisotones he recibido mientras intento vagamente esquivar a estos especímenes que caminan con globos, osos de peluches, dulces y entre otras de esas cosas cursis que se regalan en este día.

Antes me parecía ridículo toda esta locura, pero hoy soy otro idiota que comparte la emoción. Que va, siento que vomitare de los nervios.

—¿Te sientes bien, Noah?—pregunta Dayana mientras toma mi mano—. No es necesario esto, sabes que prefiero pasar el día viendo películas o leyendo en lugar de tener citas en lugares así de llenos.

—Es San Valentín, no deberíamos estar encerrados—digo intentando volver a caminar, pero una niña pasa corriendo y se estampa contra mí.

Me detengo para ver a la pequeña quién inmediatamente empieza a llorar aferrándose a mi pierna con la que se golpeó.

—Ay no, no llores, preciosa—dice Dayana acercándose a ella para secar sus lágrimas. Pone su voz melosa como cuando habla con sus alumnos y la abraza.

Así es como pasan cinco minutos con Dayana contentando a la niña. Yo solo me quedo a su lado, pensando en lo irresponsables que son sus padres por dejarla correr así, ni siquiera se han aparecido. No puedo alejarme tampoco, sé lo sensibles que es Dayana con los niños, por algo es maestra de preescolar.

Mi teléfono suena y respondo sin prisas.

—¿Sucedió algo?—pregunta Jean por la linea— Se están tardando mucho.

—Se presentó un imprevisto, pero ahorita vamos, ¿Todo está en orden?

—Si, tal cual lo planteaste.

Asiento para mí mismo y vuelvo a mirar a Dayana, quien ahora habla con una pareja.

—Estabamos muy asustados—dice la mujer mirando a la pequeña—. Ni nos percatamos de cuando se fue.

Vaya, Dayana ya hubiera hecho un desastre si eso le pasará a nuestro hijo, digo, basta con ver cómo se pone con Bizcocho para tener una perspectiva de como sería de madre. Una vez lo sacamos a pasear y se soltó de su correa, inmediatamente empezó a correr y preguntarle a todos por él mientras lloraba sin parar. Con un hijo creo que sería más sobreprotectora.

Carajo, ahora quiero verla como madre.

—Ella está bien—digo a los padres de la niña para después hablarle a Dayana—. Tenemos que irnos, amor.

—Ah si, lamentamos el inconveniente—dicen los padres de la niña a lo que solo sonrio brevemente y nos alejo de esa zona.

—¿Noah?—pregunta Dayana frenando mis pasos.

La volteo a ver, percatandome de lo alterado que estaba. Mi respiración está demasiado acelerada igual que mi corazón y eso ocasionó que mi agarre en la mano de Dayana fuera demasiado fuerte.

—Lo siento—digo soltandola.

—¿Qué es lo que te pasa?—pregunta acercándose para acariciar mi rostro con delicadeza— Haz estado raro desde hace días, pero hoy siento como si te fueras a desplomar en cualquier momento.

—No es nada, solo...

Suspiro derrotado, agachando la cabeza para no mirar a Dayana. Se supone que las cosas no debían ser así, ella no debía preocuparse o sospechar, pero aquí estoy, delatandome solo por mis estúpidos nervios.

—Conozco un buen restaurante cerca, comamos ahí y después podemos ir a tu apartamento a ver una película, ¿Te parece?

Vuelvo la mirada a mi chica de ojos cafés, quién me sonríe de la forma más tierna y comprensible del mundo.

Casualidad con sabor a FresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora