–El buen samaritano.
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Noah————
Que yo ayude a alguien que no sea Jean por mi propia voluntad es algo que no se ve nunca, pero heme aquí, parado frente a mi jefe, fingiendo que enserio me importa la exhortación que me está dando por mi "tonto descuido".
—Nunca habías dado problemas—habla caminando de un lado al otro frente a mi. Se supone que deba verse autoritario, pero más que nada parece un lunático que está por divorciarse y eso es lo que realmente es—. Lo dejaré pasar, no lo descontaré de tu paga, pero que sea la última vez.
—Si, señor—asiento con la cabeza—. No volverá a pasar.
Me mira una última vez. Debería intimidarme, pero no lo hace. Sin más, sale de la cocina y ahí es donde puedo quitar la postura de chico arrepentido. Desabrocho el chaleco que llevo mientras camino hacia el baño para cambiarme e irme de una vez por todas.
Ya no hay nadie a excepción de unos cuantos empleados que limpian el lugar, pero mi trabajo ya terminó y quedarme más de la cuenta es algo que no quiero. Estar durante todo el evento fue un dolor de cabeza, por eso salí un rato a tomar aire, para bien o para mal termine topandome con la chica fresa.
Una vez afuera de todo el recinto, camino con tranquilidad hasta llegar al lugar donde estacione mi motocicleta, solo soy un empleado y no podía dejarla en el estacionamiento exclusivo para los invitados, sin decir que probablemente mirarían por sobre debajo la motocicleta vieja y desgastada que cargo.
Hay una tranquilidad en los alrededores, nada comparado con el que había horas atrás, todo era un bullicio lleno de reporteros sedientos por nuevas noticias que llenen sus bolsillos de dinero.
—Aqui estás—hablan y mi mirada cae en la pequeña hominoide que se acerca a mí con una expresión cargada de alivio—. Temía que ya te hubieras ido.
—¿Qué haces aquí?—interrogo con los brazos cruzados.
Es obvio que fue a su casa y regreso, la vi irse junto a un chico, a parte ya no trae el vestido elegante de hace rato, ahora porta unos shorts cortos de mezclilla junto a una sudadera negra que es como dos tallas más grande que la de ella, ni siquiera se pueden ver sus manos, pues las mangas son demasiado largas para sus cortos brazos.
—Queria verte—termina de acercarse. Se coloca frente a mí y mueve sus brazos, haciendo que la tela sobrante de la sudadera se mueva de arriba a abajo.
Demasiado infantil.
—¿Y a qué debo el honor?—me giro para subirme a la moto—. Aclaro que mi momento como el buen samaritano ya termino.
—Solo quería agradecerte y salir de casa aprovechando la oportunidad—se encoge de hombros.
—Bueno, no es nada—arranco el motor de la motocicleta, haciendo que ella retroceda unos pasos—. Ahora debo irme.
—¿Qué?—frunce el ceño—¿Y que hay de mí? No puedes dejarme sola. Tome un taxi para regresar y estuve caminando por todo el lugar buscándote.
—Yo no te pedí que regresaras, ¿O si?
—No, pero...
—Dije que ya no haré más del buen samaritano—la interrumpo y me coloco el casco de seguridad.
—Ya está muy oscuro—reprocha como niña pequeña.
—Tú regresaste por tu cuenta, entonces es asunto tuyo, no mío—arranco y solo la escucho gritar mientras me alejo de ahí.
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Casualidad con sabor a Fresa
Teen FictionPortar uno de los apellidos más influyentes del momento no es algo a lo que Dayana se adapte. Pensó que todo sería falsedad a su alrededor hasta que tuvo que derramas su bebida sobre aquel chico. Cliché, por supuesto, pero lo que acontecería con eso...