🌺 Capítulo 28

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🎧 Canción del capítulo: Roxette — It must have been love.

Sienna se sentó en la arena cansada de caminar sin rumbo.

Se limpió la cara, otra vez, pero las lágrimas volvieron a escaparse empapándole las mejillas. ¿Estaba llorando ahora todo lo que no lo hizo a lo largo de su vida? ¿Por él?

Ay estúpido corazón, mira que tienes manías extrañas.

No lloró cuando las cosas se ponían difíciles en el colegio y los niños eran crueles con ella porque estaba sola con su madre o, por cualquier otra razón que se les ocurriera en ese momento. Tampoco lo hizo todas las veces que tuvo que despedirse de sus primos porque ellos se mudaban constantemente. Ni siquiera cuando tuvo que dejar el único hogar que había conocido y a su madre siendo todavía demasiado joven, para irse a la universidad en el extranjero.

Ni una pequeña gota esquiva se había escapado entonces.

La doctora, siempre había sido una persona fuerte, las lágrimas eran cosa de otras niñas que tenían tiempo para llorar, ella nunca lo tuvo. Había cosas más importantes en las que pensar o por las que preocuparse, pese a que muchas de ellas no eran adecuadas para alguien tan pequeña.

Aun cuando era demasiado joven, el universo ya le parecía un lugar demasiado infinito como para que importasen los problemas de una simple persona como ella.

Creía que éramos solo un pequeño punto en la inmensidad del tiempo y el espacio, tan solo un instante apenas remarcado en las extensas líneas temporales de la historia y, por tanto, un poco de agua salada desprendida por los ojos no cambiaría en nada la existencia de una pequeña mota de polvo en el cosmos.

Por esa y otras razones, llorar le había parecido siempre una de las cosas más inútiles que puede hacer el ser humano, se pierden agua y muchas en energías en eso. Se malgastan haciendo algo que realmente no sirve para nada, bueno, se supone que funcionan como un anestésico y calmante natural, pero esos recursos físicos son más necesarios en otras funciones realmente vitales.

Seguía creyendo lo mismo, sin embargo ¿por qué ahora que había empezado le resultaba tan difícil detenerlas? ¿Qué le había hecho ahora ese maldito hombre? ¡Se estaba inundado por los ojos!

Era una tonta, sólo era su culpa, lo sabía. ¿Cómo pudo enamorarse del duque? Incluso él mismo se lo había advertido al comienzo del acuerdo. ¡Tonta! ¡Tonta! ¡Tonta! y ¡Estúpido corazón! ¿Justo ahora tenías que darte cuenta de que podías ser útil y decides comenzar a latir? ¿Para colmo por ese memo?

Conocimos a bastantes hombres buenos, ni siquiera la partida de nuestro querido Doctor S, en la universidad, dolió tanto. ¿Por qué Cailean, corazón?

Era increíblemente lista, por favor, incluso había ganado un Nobel gracias a su cerebro, ¿cómo podía ser tan tonta para enamorarse de él? Había cientos de banderas rojas allí que le decían que ese no era el camino, pero ella igual siguió adelante, como si no las viera.

Ah claro, porque no era el cerebro quien estaba pensando con sus amadas neuronas, no, quien estaba al mando en esos momentos era un estúpido órgano que se encontraba un poco más abajo. Uno que nunca debió salir de la prisión formada por sus costillas.

¡Dios! ¡Hasta hace poco ni siquiera creía en la existencia del amor romántico! ¿Cómo podía estar pasándole esto? Solo eran un montón de neurotransmisores descontrolados, un poco de dopamina, norepinefrina, feniletilamina, oxitocina y serotonina mezcladas para formar un peligroso cóctel emocional.

Estaba tan distraída pensando en todo que no oyó los pasos de alguien que se acercaba hasta que oyó su familiar voz.

— Bueno, mira que has tardado en llegar. Empezaba a pensar que ya no los vería hasta no se... ¿una semana? Mínimo. — Canturreó Michael caminando hacia ella risueño. — ¿Dónde está él? ¿Le has dejado atado a la cama mientras salías a tomar un poco de aire? — Bromeó sentándose a su lado.

Quince días para enamorarnos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora