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Mis ojos se enceguecieron por la reflejante luz blanca que encandilaba la habitación extraña, todo estaba teñido de blanco, en la pared se encontraban varios monitores y en cada rincón había cámaras apuntando hacia mí, además de un enorme espejo al frente de la cama.

Era alguna clase de centro médico muy bien vigilado. ¿En dónde? Y más importante ¿qué hacía yo ahí?

Intente levantarme, pero una punzada en el brazo me lo impidió, sentía como si me clavaran cientos de agujas al mismo tiempo, sin embargo, el dolor era soportable, sujete con fuerza mi brazo y ahí fue cuando recordé lo que había pasado, lo que había hecho y a quienes había perdido.

Un dolor mucho más fuerte comenzó a recorrer todo mi cuerpo, este no lo sentía en la piel, lo sentía en el alma.

Quería salir de ese lugar, me sentía sofocada y necesitaba tomar aire fresco. Antes de que pudiera poner un pie fuera de la cama la puerta se abrió. De ella entró alguien que ya había visto, era el mariscal de campo Lewis, lucia muy serio y traía consigo una bolsa.

Entro tranquilamente, tomo una de las sillas qué estaban en ese cuarto y se sentó, me miró por unos instantes y dijo:

-Sé que esta confundida, nosotros también lo estamos – arrojó el paquete sobre mi cama -. Después de que se cambie de ropa resolveremos muchas dudas señorita Brown.

Se levantó de la silla, abrió la puerta y salió del cuarto. Tomé la bolsa qué me había arrojado y la abrí, era ropa así que me vestí. Al terminar me mire al espejo, era un uniforme exactamente igual a los que usaba para entrenar, la única diferencia era que este era de color negro. Era la primera vez que veía ese color en un uniforme, había visto verdes, azules y muchos tipos de grises, pero nunca en color negro.

Me senté en la cama a esperar a que el comandante Lewis viniera por mí, en su lugar llego otro soldado.

- Señorita Brown, sígame - dijo aquel soldado.

Me pare de la cama y lo seguí. Antes de poner un pie fuera del cuarto me sentí inquieta, como si algo malo pasara, me detuve un instante, sin embargo, el soldado que me iba guiando me volteo a ver y señalo de nuevo hacia afuera indicando que saliera del cuarto, así lo hice. Al salir del cuarto comprendí porque me sentía de esa manera. A ambos lados del pasillo habían más de diez soldados encapuchados con armas en las manos.

-Por aquí señorita Brown – dijo el soldado indicando el camino. Detrás de nosotros nos siguieron los soldados, me sentía como una criminal que era custodiada.

Caminamos un par de minutos atravesando pasillos hasta llegar frente a una enorme puerta gris, delante a esta estaba el comandante Lewis.

- Gracias por venir señorita Brown – dijo el comandante.

La puerta se abrió, dentro de la habitación había un enorme cuarto, muy alto, de tonalidades igualmente grises, con barandales en la parte superior, pero lo que llamo mi atención era que los barandales estaban repletos de soldados como los que me escoltaron y al igual que ellos estaban armados. Al entrar me apuntaron.

-Siéntese señorita Brown – siguió el comandante mientras señalaba una silla que estaba en el medio del cuarto. Caminé hacia ella, cada paso que daba lo sentía muy pesado.

Tome asiento, me daba miedo estar entre tantas personas, creía que en cualquier momento me dispararían.

El mariscal de campo se sentó frente a mí, baje la mirada.

 - Siento que tenga que ser así como charlemos, pero si tu estuvieras en mi lugar harías lo mismo, solo es una manera de prevenir cualquier imprevisto, sin embargo, sé que ni todos ellos juntos son un reto para usted – acomodo su silla, inclino su cuerpo hacia mi dirección, y me vio directamente a los ojos -. Antes de comenzar ¿tienes alguna pregunta?

Los CenturiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora