36

218 34 1
                                    

En la ciudad donde antes vivía nevaba una vez al año, normalmente era a finales de este, las calles se cubrían de blanco y se llenaban de bellas luces que hacia que la calidez dentro de mi corazón creciera.

Durante esas épocas mi padre y yo acostumbrábamos a salir a jugar a la guerra con bolas de nieve, lo hacíamos durante horas y no importaba el frío o el tiempo que pasáramos fuera, nunca nos enfermamos, tal vez fue porque ambos éramos Centurión, en fin, después de que el murió deje de jugar a eso ya que me recordaba lo sola que me sentía sin mi padre y me doliera profundamente todo mi ser, no fue hasta que mi hermano me lo pidió, al principio me negué, pero cambie de opinión casi al instante porque él debía tener buenos recuerdos y como ya no se encontraba mi padre para ello, era mi deber hacer que el rememorara esos tiempos de paz.

A diferencia de esos recuerdos tan lejanos, en el bosque era imposible hacer eso a pesar de que la nieve estaba en un punto perfecto para jugar con ella, tenía una misión y un objetivo en mente y no podía dejarlo a un lado solo para juguetear como una niña.

Seguíamos nuestro camino como al principio, excepto que ahora nos deteníamos cada dos horas para descansar y asegurarnos de que no se abrieran nuestras heridas, o también en ocasiones nos parábamos cuando Ignat se detenía a apreciar los paisajes que tano le gustaban.

No me podía molestar con él porque cada vez que los veía sus ojos se iluminaban y eso me hacía sentir tranquilidad.

Al anochecer dormíamos sobre la rama de un árbol, nos sentábamos espalda con espalda para conservar el calor y mientras uno hacia guardia el otro dormía.  

Durante los dos días siguientes no hubo ningún imprevisto, tampoco nos encontrábamos al enemigo, incluso llegue a pensar que por fin se habían rendido o que los habíamos dejado muy por detrás, pero no podía estar más equivocada.

Al tercer día en que salimos de la cueva todo marcho con tranquilidad, desayunamos las ultimas racione que nos quedaban, no nos desanimamos ya que podíamos cazar y mantenernos bien con ello, además tuvimos mucha suerte con ese paquete de raciones ya que dentro venía un par de galletas de vainilla con un sobre de mermelada.

No soy muy fan de esas galletas, aunque no podía negar que lo mucho que deseaba probar un poco de dulce, así que yo tome una de las galletas e Ignat la otra y disfrutamos hasta la última migaja.

Al terminar seguimos con nuestro camino y por alguna razón no nos detuvimos en ningún momento como los anteriores días, tal vez era porque tuvimos un presentimiento de que algo estaba a punto de pasar.

Aquel presentimiento se volvió realidad cuando a lo lejos vimos una columna de humo proveniente del bosque.

- ¿Eso… podría ser un pueblo? – pregunte.

- No lo sé, pero eso parece – respondió con un tono abatido.

- Por fin, después de tanto tiempo, hemos llegado – susurre.

- Si, por fin llegamos.

La alegría que sentía de ver esa pequeña columna de humo desapareció cuando recordé que en cuanto llegáramos a la civilización la alianza entre Ignat y yo terminaría por completo.

-Sigamos – continuo Ignat. Intente dar un paso al frente, pero mi cuerpo me lo impidió, no quería irme, quería permanecer en ese lugar, ¿por qué? –. ¡Vamos Alisa! – lucia afligido.

No me quedo más remedio que seguir adelante.

Caminamos por un par de horas, lo hacíamos con tranquilidad, como si estuviéramos postergando el inevitable final. Aun así, solo nos faltaban de dos a tres de kilómetros para llegar. Los inmensos árboles tapaban la vista, por lo que nos subimos a una pequeña colina para ver el pueblo con mayor precisión.

Los CenturiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora