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La noche llego sin darme cuenta, los árboles estaban mojados por la lluvia y los animales se escondían en sus hogares, todo parecía tranquilo y normal, pero ya nada era igual. Acababa de perder a un peludo amigo y me encontraba sola en aquel bosque.

No podía bajar la guardia ya que podría ser atacada por mis enemigos, sin embargo, ya no tenía que cuidarme de un enemigo, sino de dos. Primero tenía al implacable ejército rojo, el cual seguía siendo un completo misterio para mí, y segundo, lo tenía a ÉL.

Ahora que se había disuelto la alianza, era evidente que él y yo volvíamos a ser los mismos enemigos que fuimos desde el comienzo, no, sería mucho peor.

Era difícil saber lo que me podría pasar con tantos enemigos al asecho, ya no tenía la certeza de que podría salir con vida de ese bosque, todo lo que me quedaba era poder confiar en que tal vez yo sola podía lograrlo.

Estaba agotada por la ardua batalla que había tenido hace unos momentos, quería descansar, pero no debía, sabía que mis enemigos comenzarían a cazarme, tenía que huir de aquel lugar. Corría tan rápido como mis piernas me lo permitían, mis manos no dejaban de temblarme y el corazón me palpitaba muy rápido.

¿Acaso tenía miedo? Mis sentimientos estaban descontrolados, sentía una profunda tristeza por la muerte de Artaois, estaba enojada con ÉL por no haberlo salvado, pero tenía algo más, no sabía que era, solo sabía que era muy fuerte.

No sé durante cuánto tiempo estuve corriendo, solo me detuve hasta que mis piernas no pudieron seguir más. Estaba exhausta y sedienta, me recargue contra uno de los árboles, saque mi cantimplora para beber un poco de agua, esta estaba casi vacía, pero lo poco de agua que tome fue suficiente para apaciguar mi sed.

Quería descansar, pero no tenía tiempo para hacer eso, mis enemigos podrían estar más cerca de lo que creía, así que seguí caminando.

Podía ver el sol asomándose a través de las montañas que se encontraban a mi derecha. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo, pocas horas atrás ÉL y Artaois estaban a mi lado, y en ese momento me encontraba sola, cuidándome la espalda de ÉL y sufriendo la muerte de Artaois.

No pasaron ni siquiera un par de minutos de que el sol había salido cuando a lo lejos vislumbre unas armaduras rojas brillantes.

-Mierda – dije en voz baja.

Escalé lo más rápido que pude uno de los árboles y con la ayuda de sus frondosas ramas pude esconderme. Desde esa posición podía ver perfectamente a mi enemigo, eran no más de una docena, se dirigían a toda velocidad hacia el sur. Lo más probable es que iban rumbo a la zona donde tuvimos la intensa batalla el día anterior.

Los vigile hasta que los perdí de vista, sin embargo, no me baje del árbol, tenía que cerciorarme de que no vinieran más enemigos, así que subí hasta la cima. No podía ver nada más que el bosque el cual seguía siendo tan grande como el primer día.

Al parecer no había peligro alguno, así que bajé silenciosamente y continué mi camino.

Me detenía cada media hora a examinar mis alrededores, sabía que perdía mucho tiempo haciendo eso, pero debía cerciorarme que no hubiera enemigos cerca. Subía a la punta de uno de los árboles y desde la sima podía ver con claridad el bosque. No había ningún cambio significativo, todo seguía viéndose igual y lo que realmente me importaba es que no hubiera enemigos cerca de mí, por lo que cuando comprobaba que no había peligro alguno me bajaba y seguía adelante.

Por más que caminaba todo a mi alrededor parecía ser el mismo, desde los grandes árboles, hasta los pequeños animales que evitaban acercarse a mí, tal vez lo único que si cambiaba era el intenso frío que comenzaba a sentirse, el invierno me estaba pisando los talones, además de que me acercaba más y más al gélido norte.

Los centuriónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora