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Enemigo, verdugo, peligro, asesino, guerrero, pesadilla, infame, despreciable, amenaza, malvado, sádico, cruel, despiadado, sanguinario, atroz, inhumano.

Desde el primer momento en que lo vi a ÉL esas fueron las únicas palabras con las cuales lo describía y no pudo ser de otra forma, ÉL asesino a miles de personas incluyendo a George, gracias a ÉL la familia de Olivia murió lo cual la llevo a quitarse la vida, gracias a ÉL mi calvario dio comienzo, gracias a ÉL me convertí en Centurión, gracias a ÉL conocí el infierno y gracias a ÉL jamás podre tener de nuevo mi antigua vida.

Sin embargo, frente a mí ya no estaba ÉL, ahora era Ignat Káiser a quien veía a los ojos, mi aliado, protector, sanador y compañero, con el cual podía contar en cada una de mis batallas.

A pesar de lo tranquila que me sentía a su lado sabía que Ignat Káiser no sería mi aliado para siempre y en cuanto saliéramos de ese bosque de nuevo volvería a ser ÉL, mi enemigo al cual, tarde o temprano tendría que matar para darle la victoria a mi nación y darme la paz que tanto he anhelado.

Pensar en ello hacía que me doliera el pecho, ¿por qué?

Desde el comienzo sabía que terminaríamos enfrentarnos nuevamente ya que él es mi enemigo y enemigo de mi nación, probablemente ambos terminemos muriendo en manos del otro, pero hasta que eso sucediera, Ignat seguía siendo mi aliada y por lo tanto podía disfrutar la tranquilidad que sentía a su lado.

Ambos nos recostamos cerca de la fogata, uno en cada lado de esta. El ambiente estaba en total silencio salvo por el impetuoso sonido que provenía del exterior, la tormenta era cada vez más fuerte y la temperatura iba en constante descenso. Esa fue una de las pocas ocasiones en las que agradecí ser una Centurión ya que un humano normal sin duda estaría al borde de la muerte por la cantidad de frío que hacía.

A pesar de que Ignat atizaba constantemente la fogata para que esta nos calentara, era poca o casi nula la diferencia que hacía.

La cantidad de frío que se sentía era tanta que comencé a temblar, intenté disimular y guardar compostura ya que a Ignat no parecía hacerle nada el frío y se mantenía indiferente ante tal situación a pesar de estar más cerca de la entrada, sin embargo, no pude soportarlo más, por lo que me senté y me cubrí con la manta.

Había poca diferencia si tenía la manta puesta o no, pero aun así estaba agradecida de tenerla conmigo, aunque no del todo ya que a pesar de que Ignat no lo demostraba, estaba completamente segura de que se moría de frío. Aunque nos teníamos un poco más de confianza, no era tan grande como para que me pidiera compartir la manta, así que debía ser quien diera el primer paso y cuidarlo, como él lo hacía conmigo.

-Ignat – lo llame.

- Dime – respondió.

- En tu lugar debe de sentirse mucho frío, ¿por qué no te pasas de este lado?

- No hace falta, estoy bien – su rosto estaba pálido, era claro que no estaba bien.

- ¡Vamos! – insistí, no hubo respuesta -. Bien, si no quieres venir aquí yo iré hacia ti – apenas me moví un par de centímetros cuando él se levantó de su lugar y dijo:

- ¡Esta bien! – dijo a regañadientes. Se sentó a mi lado, tomé la manta y nos cubrió a ambos por la espalda con ella, a pesar de que esta no era muy grande nos cubría perfectamente a los dos. Ahora estábamos uno al lado del otro, hombro con hombro, aunque Ignat era más alto que yo, por lo que mi cabeza llegaba a la altura de sus hombros.

Solo había un centímetro el cual nos apartaba y, aun así, la calidez de nuestros cuerpos al estar tan cerca fue suficiente para que dejara de temblar.

Los centuriónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora