Los centurión

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-¡Alisa! - una voz familiar gritaba mi nombre-. La comida esta lista.

Abrí los ojos, me exalté cuando vi que mi alrededor había cambiado por completo, ya no me encontraba en la cueva fría y obscura de la noche anterior, ahora estaba en un cuarto iluminado, recostada sobre un sofá muy cómodo.

¿Dónde estoy? Intente reconocer mi alrededor, sentía que ya conocía ese lugar, pero me costaba trabajo acordarme de dónde.

¿Cómo llegue ahí? Tal vez cuando estaba durmiendo me rescataron, sin embargo, era imposible ya que me habrá dado cuenta y aun si no fuera así quedaba otra interrogante igual de grande, ¿dónde estaba Ignat? Me levante del sofá apresuradamente, tenía que encontrarlo y antes de que pudiera dar un paso para buscarlo alguien me hablo de nuevo.

-Alisa la comida se va a enfriar – un escalofrió me recorrió todo el cuerpo en cuanto reconocí la voz, caminé con cautela siguiendo aquella dulce voz, las manos me temblaban y mi corazón latía con fuerza. Llegue hasta una puerta, tome la perilla con mi mano, quería girarla y abrirla, pero tenía miedo -. Alisa – dijo de nuevo con un tono tan dulce que me hizo perder todo el miedo que sentía.

Abrí la puerta y quedé completamente confundida al ver que la persona que me llamaba con insistencia era mi madre, estaba sentada junto a mi hermanito y frente a ellos había una pequeña mesa llena de comida que se veía muy apetitosa.

-¡Vamos hermana ven, te guarde un asiento entre los dos! - grito mi hermanito con emoción señalando una de las cuatro sillas que rodeaban la mesa.

- Ven mi vida, te prepare tu comida favorita – dijo mi madre con su voz cálida.

Durante mucho tiempo había soñado con el momento de reencontrarme con mi madre y mi hermano y por fin se estaba haciendo realidad. Mi cuerpo se movió solo y camine hacia ellos, quería abrazarlos a ambos, pero la impresión de tenerlos tan cerca no me dejo hacerlo.

Sentía tanta paz y alegría de tenerlos a mi lado que no pude contener mi felicidad y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos.

-¿Estas bien hija? - pregunto mi madre.

-Los extrañé tanto – dije entre sollozos y con la voz cortada.

-¿Nos extrañaste? - parecía confundida.

- Desde hace meses que quiero verlos, pero la guerra cada vez era más difícil y después me perdí con Ignat en el bosque y creí que jamás podría salir de ahí - seque mis lágrimas.

- ¿Guerra? ¿Bosque? ¿Ignat? - lucia aún más confundida.

- ¿Ignat! -dije exaltada-. ¿Dónde está Ignat?

- Debiste tener una siesta maravillosa—dijo entre risas.

- ¿Siesta?

- ¿No recuerdas? - negué con la cabeza -. Llegaste de la escuela tan cansada que en cuanto te sentaste en el sofá te quedaste profundamente dormida.

Imposible, ¿significaba que todo había sido un sueño?

No, eso no podía ser verdad, los sueños no son así de vividos, podía recordar perfectamente cada uno de los días que pasé en la base, recordaba el día en que me convertí en una Centurión, a mis compañeros, a los comandantes, a mis amigos, a las personas que había matado, y sobre todo recordaba a Ignat y todo lo que habíamos pasado juntos en aquel bosque.

-Bueno, será mejor que hablemos después de ese sueño, mientras tanto hay que comer – continuo mi madre.

- No fue un sueño - insistí.

- A mí me gustaría escucharlo – dijo una voz familiar. En cuanto la escuche sentí como si mi corazón hubiera dejado de latir, todo mi ser se llenó de nostalgia, alegría, emoción, tristeza y dolor. Hacía varios inviernos atrás que no acuchaba esa voz cálida y poderosa. Me di la vuelta y junto a la puerta estaba parado un hombre bastante alto, de cabello oscuro y con los ojos tan grises como los míos. No podía creerlo, era mi padre, estaba delante de mí, quería correr hacia él y abrazarlo con todas mis fuerzas, pero no podía moverme, quería gritar lo mucho que lo había extrañado durante todos esos años y la falta que me hacía, pero no podía articular palabra alguna.