Porque relatas más de lo que cuentas y escuchas más de lo que hablas. Porque últimamente lloras más de lo que ríes, y prefieres carcajear fuerte por miedo que sea tu última risa en vida. Porque te cansas y nadie lo ve. Nadie tiende su mano, regala su compañía o extiende un vaso de agua a tu endeble sequía. Simplemente te cansas y te quedas atrás observando cómo todo fluye sin tu esencia, cómo el mundo gira a la vuelta de la esquina caminando sin tus pasos. Porque maldices más de lo que agradeces, y rezas desesperadamente cada mañana apenas abres los ojos y sueltas las primeras lágrimas porque sea un buen día, uno en donde no haya peleas, disgustos, ansiedad o daño. Uno en donde puedas realmente vivir y no encerrarte a llorar entre la claustrofobia de un baño que no te esconde ni consola. Y si juntas las piernas y rodeas tus rodillas no es más para sentir el calor de un abrazo. Porque piensas más de lo que vives y vives haciéndote creer que tu vida no es más que una idea. Porque extrañas leer clichés, pero sobre todo esperarlos. Porque anhelas que algo cambie, y lo único que parece haber mutado sos vos. Las costillas se comprimen junto a la garganta y tus manos presas del pánico solo buscan un patrón que seguir con los dedos, el color amarillo me calma pero las voces de fondo no me causan ningún tipo de tranquilidad, sobre todo con lo que dicen, sobre todo con lo que estoy obligada a escuchar. Me siento adelante, pero en la fila siempre voy atrás, ¿será casualidad? No le tengo miedo a la oscuridad ni lo que en ella pueda habitar, ni siquiera a sus fantasmas del más allá. Lo único que me aterra es lo que esos monstruos puedan pensar, y soy tan presa de eso, tan encarcelada, tan achatada, magullada, atada. Perdí mi encanto, ya solo quedan ojeras que esperan no soportar más llantos porque se agrandan con la humedad, y quizás sea esa la única razón por los que mis ojos brillen al día de hoy. Por esas aguas acumuladas que nacen desde mi enfermo hipotálamo y desembocan en la partida piel de mis mejillas. Siento contracciones estomacales y cosquillitas en el pecho, las manos heladas, los labios secos. Siento temblores que son imposibles erradicarlos, siento un sueño pesado que con nada lo sacio, siento tanto que me vuelvo vulnerable con el paso de los años. Soy una podrida fosa de sueños rotos, de ilusiones asesinadas, de promesas heridas y risas ahogadas. Soy un balcón a la espera de un suicida que venga a saltar para sentirse en el trayecto visitado. Antes dudaba de ser la protagonista, ahora dudo de siquiera ser un personaje. Antes había sueños, y no es que ahora no los haya, pero no habitan esas ganas de cumplirlos, ni mucho menos vivirlos. Me odio y a su vez estoy obligada a volverme amar porque no hay nadie más que yo que lo haga de una manera incondicional.
A veces pienso que tengo una sonrisa tan bonita que es capaz de hacerle creer a los demás que solo eso puedo expresar. Sonrisas. Como si porque sonriera significase que estoy bien, como si por reírme significase que lo malo ya se fue. Y de nuevo me subo al colectivo con los ojos brillantes, unos pañuelitos en el fondo del bolsillo, y me dejo fluir. Porque como siempre digo, quince son los minutos que necesito para destruirme y volverme a hacer, pero ese último punto hace tiempo que dejó de concretarse.
A medio año de irme y solo pienso en quedarme. A medio año de independizarme y yo solo buscando a alguien que le interese cuidarme. A medio año de concretar responsabilidades, y no es que sea incapaz o que la pereza me vaya a visitar, sino que muy posiblemente algunos días no me levante muy responsable, o siquiera estable. O quizás ni me levante. Quizás me quede llorando en la cama, y tras aburrirme de las sábanas, pase a la ducha y luego vuelva a abrazar la almohada como un ciclo que nunca acaba. Quizás me quede sentada en la cocina, dispersa, con la mente en blanco y el pecho vacío, como si mi corazón hubiese sido profanado. Tal vez porque se quedó guardado en algún recuerdo cálido, uno que le brinda más respaldo. Y me sentiré envidiosa, porque él podrá volver, esconderse y con algunos momentos del pasado ser cuidado, pero yo estaré sola en el espacio, como una estrella a punto de colisionar. Como un pequeño big bang que puede que haga daño, pero no más del que le causaron.
Y me queda tanto por decir, me queda tanto por causar. Pierdo luchas, gano una que otra medalla, y vuelvo al campo de batalla. Un día de estos me matará, no sé por qué. Siento que cada vez voy con menos armas, y otras con menos ganas. Hay veces que me quedo parada observando al enemigo avanzar y ni siquiera me salen las palabras. Hay otras que me escondo bajo un escombro, y mientras escucho las bombas, los disparos, y el salpicar de la sangre, rezo porque esa sea la última vez que pase. Pero es un ciclo, una y otra vez, levantarme es un martirio, mi casa una cueva a para abastecerme y la escuela un campo de granadas dispuesto a aniquilarme. El gimnasio es un leve descanso, uno en el que intento hacerme más fuerte, pero vuelvo a la guerra y mis armas se disuelven. Soy un soldado inútil, un cadete que ha pasado por mil guerras y aun así parece principiante. Mira a su alrededor y solo sabe preguntarse por qué su lucha parece más que concluirse, agrandarse. ¿Por qué a él le tocan esas cosas? Quizás porque la guerra está en él, y el arma que creyó que era para defenderse siempre fue para a sí mismo un tiro pegarse. Para volarse los sesos y de una vez librarse de todos esos pensamientos que lo hicieron odiarse.
Luján Amaya
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PENSAMIENTOS DE UNA CHICA DE PELO AZUL | #1 Escritos
RandomEn un subidón de valentía me animé a compartir algunos de mis escritos más personales con la idea de abarcar otro tipo de novela. Y sin ser capaz de justificarlo, me aterra. He escrito desde tantos sentimientos y con tanta pasión, que me quedo cort...