Cómo las cosas cambian

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Cómo las cosas cambian, pasan; se anudan y sin quererlo, se desenlazan. Se atascan pero por sí mismas se salvan, corren y vuelo alzan. Se llevan los pañuelos con todas esas irrecuperables lágrimas volcadas, las trasnochadas de tanto entre imaginaciones flashearla e inclusive el tibio sabor a manzanilla que usaba para manifestar la calma. Cómo todo da un giro, ¿no? Una patada al alma, un vuelco incrédulo a las murallas o tal vez un salto doble hacia el costado de la dirección que había perdido ante tanto tiempo desear encontrarla. Con esas furtivas ganas de querer al control tomarlo, zarandearlo o, en última instancia, con ayuda de mi odio tragado estrangularlo. Hay una demasía de relatos que del pecho me quiero arrancar, entre letras y frases lograr plasmar y algún día, cagada de risa por esas mismas malezas que alguna vez me hicieron desear expirar, en un libro de mil páginas ser capaz de resignificar. Quiero relatar, sacarlo de adentro; conducir la historia sin beneficios, sin principios, sin nudos ni clímax; quiero contar lo que yo preciso importante y olvidar los detalles que entre tantos talles ahora se me hacen chicos. Quiero saltear momentos, guardarlos, que sepan ser solo míos. Inventar circunstancias y agregarle mejores sustancias, sustentar la falta de gracia y materializar las ideas ignoradas. Pero hay de sentido propiedad, un candado oxidado de llave extraviada que no me deja ni migajas mostrar. Me bloqueo o quizás posesiva me vuelvo ante lo poco y nada que entre tormentas y mates invento. Es por eso que las palabras parecen escasas, desabridas, llanas ante la tempestad que conforma querer de una vez comenzar. Como si nada habitase en mi caótica profundidad, como si todo estuviese dicho ya. A veces fluyo, conecto y desprendo de mí aquellas verdades que al soltarlas solo huecos aprendieron a dejar. Otras, improviso como si fuese nato el talento, corrijo desprolijos y abrazo lo que con mis manos creo aunque no sea del todo perfecto. Pero sé que lo es, tiene que serlo; porque no hay más sentido que el que dejo cuando todo promete estar perdido.

Quedo en blanco como una hoja, aunque a veces más arrugada y un poco más rota, con uno que otro ojo mal dibujado, mi frase favorita en cursiva escrita o una cuenta del año pasado. Soy ese tipo de hoja en blanco, el boceto con mil errores del discurso más emotivo que nadie ha escuchado. Pretendo abrirme, un poco más cada día, reírme sin filtros y decir lo que antes no pretendía. Quiero vivir como si cada día fuese el último, porque de alguna forma lo es, porque al pasado no voy ni deseo volver. Ya sea para mal, para bien, para lo que sea que deba de ser... el retorno no existe, al menos no a lo que ya conocíamos o, ilusionados por nuestros egos, fingíamos conocer. Por eso las cosas avanzan, el mundo sigue rotando llevándose entre amaneceres y noches los días que llaman a los meses y a su vez, a los años. Porque el mismo lugar, las mismas personas y la misma estación no es un viaje en el tiempo, a veces solo se trata de un estúpido déjà vu, qué decepción. Quizás puedas considerarlo un nuevo recuerdo o una situación, que si se sigue repitiendo, es porque a fin de cuentas no se saldó. Y está bien, de verdad, todo está bien. En su lugar, en su momento, en su mismo circuito de sucesos perfecto. Si llegas a comprender la matemática tras el mal nombrado trauma, quizás y muy posiblemente sientas calor profanar los vacíos del pecho, hormigas cosquillear a lo largo y ancho del vientre y una paciencia transformadora desarmando todas las ideas que en algún momento a mí, por ejemplo, me dejaron con una hoja, una lapicera y tanto que decir... callando despecho.

Luján Amaya

PENSAMIENTOS DE UNA CHICA DE PELO AZUL | #1 EscritosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora