No se acaba esta piel enferma

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Y se acaba. Como la fluidez en un río seco, como las hojas verdes en pleno invierno, como todo lo que tiene a su debido tiempo acabarse. El sentimiento perdura, mas la emoción no, ¿y qué probabilidades hay de que ganen diecinueve segundos de felicidad contra diez años de angustia?

Porque se acaba. Y filosa la llaga que dejó huellas de sangre tras la espalda. Aumentan las ganas de querer sanarla, pero cuesta curar algo que no ves y que las manos no alcanzan. Cuesta caminar teniendo hematoma que traspasan la sensibilidad de la piel y guardan más que un coagulo triste de sangre, cuesta incluso la acción más simple, la más cotidiana. Aquella que no tiene por qué desarmarme el alma. Cuesta comprender que se acaba, que no importa cuánto te esfuerces por sacar, por buscar, por tomar... no existe posibilidad alguna que puedas algo de esa magia guardar. Porque quizás no se acaba, se trasforma, o quizás se evapora y con el clima y una que otro golpe de calor, las nubes de mis ojos puedan crear la llovizna perfecta que lo produzcan.

Mi piel se ha vuelto fina, cansada de recibir marcas ahora proyecta las suyas propias. Como si imprimiese en mí copias y más copias de lo que sea que ya no pretende esconder. Es un mensaje intraducible, un código morse que por más que lo descifre una y otra vez, se me es igual de ilegible. Duele y se enfría con facilidad, el calor ya no perdura y con menos probabilidad de encontrarlo en otras manos. Las heridas cicatrizan sin desaparecer al final, y no duele la marca sino el recuerdo, y quizás tampoco el recuerdo sino lo que trae consigo. Mi piel parece seca, pálida, casi por completo arruinada. Aquel órgano más superficial se ha cansado de fingir ante el exterior que detrás suyo no hay más que una muy enferma soledad. Una que agota a su cerebro y debilita su cuero cabelludo, dejando rastros de mechones de lo tanto que se tarda llorando en el baño. Una que abruma sus pulmones y resfría su habla, traba su garganta y pretende que con un caramelo de miel poder sanarla. Pero es irreversible, como el ardor de sus ojos al intentar ver, la contracción de sus pupilas ante la intensa luz, o ante la suya propia que al compararse parece opaca. Cansada de las muñecas, ahora empieza por sus cutículas, después con el hambre que no sacia y por último las sensaciones que no acaban. Todo parece más complicado de lo normal, el levantar una pesa, sentarse en una silla o comerse el cuento para esforzase un poco más. Porque solo un poco más falta para que no haya más qué contar. Es que esto dejó de ser herida el mismo día que supe que volvería, que no importa cuándo tarde por épocas sanarla, trasciende a la solución, a mí y a mis intentos de encontrar soluciones para conseguir erradicarla, de mi piel sacarla. Y es que esta fortaleza ya no resiste por fuerte ni mucho menos por impenetrable, sino porque las armas ya no vienen de afuera y el gatillo es apretado desde dentro. Soy mi propia gobernadora y en mi lista de representantes no hay más que caos, ira y desperdicios de curitas que intentan tapar cosas que toda mi vida van a quedar a la vista. Suena amena la voz que me maltrata, mas sus palabras agrias queman mi paladar y mi garganta al intentar copiarlas. 

Luján Amaya

PENSAMIENTOS DE UNA CHICA DE PELO AZUL | #1 EscritosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora