Como bolsillo roto, perdiéndolo todo

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Parezco una audio-grabadora averiada que no hace más que repetir hasta el cansancio el viejo casete que en su interior guarda. Un casete sin música, sin alma, tan solo son las proyecciones de momentos comprimidos en audios que cada vez escucho menos, que cada vez me hunden más en mi propio desasosiego. Uno del que ya no me puedes salvar. No entiendo cómo ni cuándo nos convertimos en esto. En irrecuperables recuerdos forzados; fragmentos independientes que no tienen forma existente de auto-sustentarse y que, aun así, se creen a sí mismos eternos. 

Sigo estancada en días que ya acabaron, en situaciones que algo en mi pecho rompieron, en memorias que solo logran susurrar entre sollozos agradecimientos por el hecho de haber estado viva. Hay una chispa acá dentro, aunque me halle totalmente vacía, muerta por momentos, la diminuta llama de un cerillo se enciende siempre que raspa con aquellos días de verano que calma han de regalarme en plena tormenta de emociones que hoy guardo. Ya no vivo o, en realidad, algo en mí ya no lo hace. Se pausó, tomó distancia y cuando supo que las cosas lamentablemente no volverían a su caudal, se esfumó carente de gracia. Se mezcló con el aire, se convirtió en mi nuevo oxígeno. Lo inhalé hasta comprender que no puedo depender de una sustancia la cual no sé, químicamente, crear. No hay más de ella, lo lógico sería sepultar sus últimos restos en una cajita en mi librero junto a toda materia que te haya pertenecido a vos y que, por alguna razón, solo guardo yo. He exteriorizado tanto dolor que mis dolencias ahora son totalmente físicas, insanas. Solo me lleva a la típica incertidumbre de cuándo esto acabará, porque si lo está logrando, también lo está haciendo conmigo. Parezco muerta y no quiero estarlo, ahora más que nunca puedo sentir que quiero ante todo pronóstico vivir. Y se me complica, los caminos comienzan a torcerse, el abismo me oscurece. Una persona me enseñó que quizás abrazarlo sea la solución, pero teniendo diecisiete años tan solo me siento una niña en busca de unos brazos piadosos que sepan brindarme protección.

Soy un puto bolsillo roto, una tela zafada que por más que guarda, guarda y guarda... todo lo termina perdiendo a rajatabla. Cada encendedor, cada recipiente de dolor, cada palabra que alguna vez me curó, a veces oportunidades y ahora, más que nunca, personas. Soy un bolsillo roto en el que muy pocos se atreven a guardar la mano, quizás porque gran parte piense que la pena ya no valgo, y otros porque... no hay nada que me sacie. Nada que me llene, que trabe esa abertura por donde las cosas se me escapan de las puntas de los dedos y, a veces, de los brazos. No hay aguja que se atreva a coserme ni hilo que tome responsabilidad y sepa mostrase fuerte, casi pero casi... resistente. Soy un bolsillo que antes, hace unos meses, siempre estuvo dispuesto a darte todo a vos. Jamás metiste la mano, jamás tocaste su interior... solo tomabas lo que yo te daba. Respetuoso pero siempre impetuoso. Siempre creí que si te daba demasiado, algún día me acariciarías por dentro. Frotarías las yemas en la pequeña rotura que escondía y me dirías que, aunque no supieses cómo, me ayudarías a sanar. Esperé tanto ese momento, pero tanto... que no me di cuenta de cuánto te entregué. Cuánto te di sin que me lo pidieras...

Quizás siempre fui un bolsillo roto, quizás tan solo debí aceptar que solo sé perder. Y que no hay nada ni nadie en este ordinario mundo que quiera meter su mano en él, ni que se atreva a confiar lo suficientemente como para guardar algo importante. Siempre estuve vacía, ahora lo estoy y no hay peor sentencia del presente que saber que siempre voy a estarlo. Quizás estoy muy rota y justamente, ahora más que nunca, no puedo remediarlo... ni tampoco esperar a alguien que posea en sí mismo la capacidad o valentía de enfrentarlo. Me cansé de esperar un bordado, un parche o una simple promesa de futuro bienestar, a un bolsillo irreparable como yo jamás le va a llegar su tan deseada oportunidad de curar. Solo queda abrazar las noches y llorar, acostarme intentando no pensar, cerrar los ojos y rebobinar a esos tiempos en los que aun estando un poquito descuidada por dentro, aún sabía poseer, pero, sobre todo, lo que había en mí... cuidar.  

Luján Amaya

PENSAMIENTOS DE UNA CHICA DE PELO AZUL | #1 EscritosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora