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Un simple roce es capaz de hacerte arder y quemar todo a tu alrededor.

April

Con trece años di mi primer beso de verdad, porque el que le robé a Rain mientras dormía no contaba, ni siquiera sabía qué pensaba al hacerlo. Solo quería comprobar una cosa y salí demasiado malherida. Por eso no lo contaba, aunque no es que el siguiente lo mejorase. Recordaba aquellos labios que prácticamente se comían los míos y se movía de un lado a otro como una lavadora centrifugando.

El siguiente estuvo bien, aunque no fue nada especial... Un pico, un beso con una sonrisa tímida la final, nunca volvimos a hablar o vernos.

Tuve relaciones sexuales por primera vez con dieciséis años. Nada en especial, meses después rompimos y no nos volvimos a dirigir la palabra. Lo curioso es que yo, que esperaba un amor que hiciera temblar cada parte de mi cuerpo, siempre me conformaba con bien poco. Era como si en mi interior supiera que no podía acceder a nada más alto, que de mis pies colgaban dos anclas que me impedían alzar el vuelo y yo deseaba tocar las estrellas. Sumándole mi problema... Era muy difícil que en algún momento aprendiera a volar. No buscaba nada, y a su vez, lo buscaba todo con la mirada.

Los libros se convirtieron mi lugar seguro porque cuando todo se derrumbaba a mi alrededor, yo podía escapar a donde quisiera. Podía ser alguien irreal, podía simplemente dejar de existir hasta que se acabasen las páginas.

—Su hija... —La mirada del médico, el sonido de su silla arrastrándose y las manos de mi madre encogiéndose una y otra vez—. La evaluación que le han hecho a April nos revela que sufre varios trastornos de la alimentación.

Mi madre me miró sin saber qué era.

—De acuerdo, ¿qué le pueden mandar? ¿Un jarabe o...?

—No, creo que no me he explicado bien.

Me encogí en la silla e intenté no llorar al escucharlo.

—¿No está enferma?

—Lo está, pero no es una enfermedad que se pueda curar con medicamentos.

Mi madre me observó, pasó su mano por mi mejilla y yo rompí en llanto.

—¿Cómo que no? No lo comprendo.

—Sería necesario que tuviera constantes sesiones con un terapeuta, además de una dieta vigilada.

—¿Dieta? ¿Terapeuta?

—Su hija sufre una anorexia nerviosa, también hay indicios de una ebriorexia. Su peso está muy debajo de la media, muy por debajo de la media.

—¿Cuánto pesa? ¿Cuánto pesas? Sé que estaba delgada, que... Pensaba que estaba dando el estirón, yo lo di con quince por eso... —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Cuánto pesa?

—Cuarenta y un kilos. Su peso debería sobrepasar los cincuenta y cinco.

No era capaz de mirarla, me sentía tan horriblemente mal conmigo misma, ¿cuándo se me había ido tanto de control? Mi intención solo fue adelgazar unos kilos, eso fue lo que pensé.

—¿Se está matando de hambre?

Escuchar eso de la boca de mi madre sonaba tan irreal, no era mi intención, jamás fue morir, solo verme bien... Solo sentirme bien.

—Cuanto menor sea su índice de masa corporal peor estará, comenzando con que su corazón ahora mismo va a un ritmo más lento, no tiene fuerzas para trabajar.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora