8

243 28 1
                                        

Las heridas no duelen si no se ven, las heridas no existen si no se piensan. Nada duele si no está.


April

Mi móvil no dejaba de vibrar en mi delantal, en ese momento no podía cogerlo ya que había bastante gente en la cafetería y por ello dejé que sonase durante todo el tiempo.

Cuando por fin se detuvo todo, fui a sacarlo para mirarlo, pero el codazo de Lili me hizo soltarlo dentro otra vez. Era ese chico, el que acudía todas las tardes y se pedía el capuchino que Lili le preparaba con gusto. Lo vi dejar el libro encima del mostrador y miró la carta. Me resultaba bastante atractivo, tenía el pelo corto y negro. Unos ojos marrones y un hoyuelo en una de sus mejillas.

—Hola, ¿qué te pongo? —Me mordí los labios e intenté no sonreír.

—¿Qué me recomiendas chica de sonrisa bonita?

Por un momento creí que se refería a Lili, pero al girarme ella no estaba y me había dejado a solas.

—Todos los cafés están buenísimos la verdad, puedo prepararte el que quieras.

—Sorpréndeme.

Seleccioné uno en la pantalla y Lili apareció para prepararlo. En ese momento yo señalé su libro.

—¿Te gusta leer? —preguntó cogiendo una servilleta del mostrador.

—Mucho.

—Qué casualidad, ya somos dos.

Nunca se me dio bien ligar, normalmente eran los chicos quienes se acercaban a mí para pedirme salir o directamente que fuera su novia. Así que la verdad, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

—Me llamo Elías.

—Yo April.

—Un nombre muy bonito.

—Gracias.

Me dejó la taza delante de mí y yo, se la acerqué. La miró asintiendo y sacó un billete para pagar.

—¿Puedo pedirte tu número? Quizás suene muy precipitado, nos acabamos de conocer...

—Claro, estaría bien. —Saqué el mío del bolsillo y vi que las llamadas eran de mi padre, al saber qué quería ahora—. Apúntamelo y yo ahora te doy el mío.

Nos intercambiamos los teléfonos y se sentó en la misma mesa con el café. Cuando se puso de espaldas Lili apoyó sus manos en mis hombros y me zarandeó como si nada.

—¡Madre mía, tía, madre mía!

Me reí y la miré mordiéndome los labios.

—Estaba muerta de vergüenza.

—Lo he notado, pero lo has hecho.

—En realidad él ha dado el primer paso, yo solo me he asegurado de tener su número. No tenía muy claro de si después me hablaría al dárselo yo, ya sabes que esto me ha pasado con anterioridad.

—Pero ya no estamos en el instituto.

—Sí, menos mal.

Seguimos trabajando hasta que se hizo la hora, entonces nos volvimos a la universidad y en los pasillos de la residencia nos despedimos. Yo saqué mi móvil y marqué el número de mi padre. Al segundo tono lo cogió.

—Al fin te dignas a contestar a tu padre.

—En realidad, te he llamado yo.

—¿Por qué no lo cogías?

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora