April
Las personas que no quieren escuchar tampoco dejan hablar.
No dormimos juntos aquella noche porque mi hermano estaba demasiado alerta, y la verdad, fue un maldito infierno. Al menos la cena había ido bien, toda la atención estaba en el pequeño Cosmo que jugaba con la comida.
Supongo que podía haberme colado en mitad de la noche en su habitación, y no lo hice por miedo. Porque sus palabras y las de Aster hacían estragos en cada parte de mi mente. Más que pensamientos, parecían puñales. Aproveché para crear un guion en mi cabeza para poder contarle lo sucedido, quizás se defraudaba conmigo y no sabía si estaba preparada para ello. Es que podía imaginar a mi madre negando una y otra vez con la cabeza, chasqueando la lengua y repitiendo lo muy decepcionada que estaba.
Aunque no lo hablé al día siguiente, tampoco al otro... Los días pasaban y todo se volvió un poco rutina caótica. Entre Rain y yo hubo una gran distancia, solo nos separaban cuarenta pasos y no podía darlos por el qué diría Aster. Porque estaba llena de miedos e inseguridades. No quería que me viera así, por eso intenté pasar la mayor parte de tiempo con mi hermano o Lili, también con Archie, pero este al ver lo que sucedía se escurría como una lagartija, podría parecer que le estaba esquivado... Para qué negarlo, un poco lo estaba haciendo y no era la forma más madura de afrontar las cosas.
Pasé la mano por mi rostro, me miré en el espejo de enfrente y me saqué el coletero con cuidado. Parches dormía a los pies de la cama, no se separaba de mí y creo que no le gustaba pasear cuando estábamos despiertos, y por la noche me obligaba a tener la puerta abierta o si no maullaba sin parar mientras rascaba la madera.
—Buenos días, Historia.
Estiró sus patas delanteras y se tapó el rostro.
—No te molesto.
Salí de la cama, era bastante pronto, pero no podía conciliar el sueño. El pasillo estaba desierto, no escuchaba ni un alma y por eso bajé al piso de abajo para hacerme algo de desayunar. Notaba como mis tripas rugían, si lo hacía, sería un paso más que estaba dando.
Mis ojos buscaron el recetario de mi abuela, y decidí leerlo para ver qué podía hacer. Allí encontré unas galletas, las que siempre hacía en días lluviosos, y ese día, lo era. El cielo estaba completamente cubierto, podía escuchar los truenos a los lejos. Así que me puse manos a la obra. Tenía todos los ingredientes y la receta era muy sencilla, mis manos acabaron con masa de galleta y por mera curiosidad, decidí probarla. Mi abuela solía darnos una pequeña bola. Podía recordar sus manos arrugadas, su sonrisa y la forma en la que nos pedía que fuera un secreto.
En ese momento un ruido me asustó, miré la escalera y Cosmo bajaba agarrado a la barandilla con fuerza.
—Hola, Cosmo, ¿te he despertado?
—No.
Asentí, comencé a hacer bolas con mis manos y las dejé en la bandeja.
—¿Qué haces?
—Galletas.
Intentó subirse al taburete de en frente, lavé mis manos y le elevé del suelo para sentarlo allí conmigo.
—¿Quieres ayudarme?
—¡Sí!
—Oh, genial. Mira, tenemos que coger un poquito de masa y hacer una bola.
Me imitaba y me resultaba muy gracioso. La verdad es que era un niño inteligente y muy curioso.
—Eres muy listo, Cosmo, ¿te gusta cocinar?

ESTÁS LEYENDO
Por medio de palabras
Teen FictionCrecí tapándome las heridas con retales sueltos y ahora no sé de qué estoy compuesta. Parecía algo sin sentido, pero él aseguraba que se trataban de palabras que no todo el mundo sabe leer. April Siempre escuché eso de que no había que juzgar un lib...