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Las personas son tortugas, cuando tienen miedo se esconden muy adentro de ellas y algunas no saben volver a salir.


Rain

Habían sido unos días extraños, aunque por fin empezábamos ya las clases y lo estaba deseando. Al menos en ese momento en el que corría por las calles contemplándolo todo, porque aquella era una rutina que no perdía pese a irme a kilómetros de casa. Me gustaba salir a correr antes de comenzar el día, sabía que era bueno para mí ya que estaba demostrado que así empezaba el día mejor.

April y yo casi no nos dirigíamos la palabra, aunque decidí llamar a su hermano para hablar con él, para que me contase un poco de su vida durante estos últimos años. Entonces supe lo que había pasado con su padre. Resultó que había engañado a su madre durante demasiadas ocasiones con su secretaria, esa con la que aseguraba que no pasaba nada. Solo lo confesó cuando esta estuvo a punto de dar a luz y le pidió el divorcio sin esperarlo. Un día volvieron a casa y su padre estaba haciendo las maletas y había dejado un documento encima de la mesa de la cocina... Su madre se desmoronó, y peor fue cuándo le pidió los motivos porque hasta ahora —dentro de lo que cabía—, había ido bien, no tenía razones para pensar en un supuesto divorcio. De repente desapareció de sus vidas, puso todo patas arriba y se las apañaron como pudieron durante casi un año. Después su padre aceptó pasarles algo de manutención; bueno, aceptó porque no le quedó otra, lo ordenó un juez.

Y la verdad, la forma en la que lo relataba me pareció tan fría, en ciertos momentos hasta alababa a su padre porque la supuesta mujer de ahora era diez años más joven. Mientras que yo no dejaba de pensar en lo mal que debieron de pasarlo, no me contó nada sobre April, sobre su versión, supongo que tampoco habría más que contar. ¿Era razón para estar borde? Quizás, cualquier cambio en el entorno podía ejercer un cambio bastante grande en el comportamiento de cualquiera. Pero es que yo no la recordaba así en absoluto, no de esa manera tan distante, tan fría... Podía haberle preguntado a su hermano, no obstante, un presentimiento me decía que no lo hiciera, que no parecía tomarse en serio las cosas. Quizás solo era cosa mía y en realidad estaba teniendo una mala semana. Hasta ahora solo sabía que estaba trabajando en la cafetería que había a la vuelta de la esquina, llevaba viéndola todas las mañanas que pasaba a correr, podía pasarme y pedir un café... En más de una ocasión me paré en la calle de enfrente, me lo pensé bien y decidí seguir por mi camino porque no quería que pensase que estaba invadiendo cada espacio donde ella estaba. No era cierto y no quería soportar sus malas palabras. Ella tenía su rutina y yo la mía, no teníamos por qué molestarnos en nada. Y ahora que comenzaban las clases mucho menos.

Llegué a la residencia, me limpié los zapatos en el felpudo de la entrada y empujé la puerta mientras me limpiaba el sudor de la frente.

—Buenos días —saludé al hombre de recepción que seguía sin saber cómo se llamaba.

Emitió un gruñido sin mirarme si quiera.

Subí los escalones de dos en dos, me eché el pelo hacia atrás ya que me caía por la frente y metí la llave en la cerradura de la habitación. Nada más entrar vi que estaba en el suelo, con una sudadera gris y poniendo los ojos en blanco, parecía estar haciendo ejercicio.

—Joder, me has asustado, pensaba que eras Lili.

—Perdona, a la próxima si quieres llamo —bromeé cerrando la puerta tras de mí—. Además, Lili no tiene nuestra llave.

—Deberías llamar.

Negué con la cabeza y me acerqué a mi armario para coger la ropa, no pude evitar mirarla de reojo. Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, ¿acaso había interrumpido algo?

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora