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April

Él conseguía despertar lo que yo creía que estaba muerto.

Pasé las manos por mis pantalones, cogí mucho aire y suspiré.

—April... Última sesión de terapia, te vas a la universidad, ¿cómo te sientes?

Miré el techo, después una media sonrisa apareció en mis labios y notaba mi corazón acelerado.

—Tengo mucho miedo.

—Es algo normal, pero tienes todas las herramientas, las sabes y puedes hacerlas. Ahora es cosa tuya.

Sentía que estaba quedándome sola, pero a la vez me sentía tan feliz por mí, porque lo estaba consiguiendo, porque pronto dejaría toda la pesadilla atrás.

—Tengo miedo a recaer.

—Lo comprendo, ahora vas a enfrentarte al mundo sola, pero si confías en ti, nunca te sentirás así.

—A veces siento que me voy a traicionar, también que he desperdiciado mi vida y...

—Tienes dieciocho años, no has desperdiciado nada, aún te quedan cosas que sentir y ver. —Una sonrisa apareció en sus labios—. La verdad es que me entristece que te marches y que la terapia acabe, y a la vez espero que no vuelvas por aquí. Eres una mujer fuerte que podrá con todo lo que se proponga, y si tienes miedo, te pones límites. Empezaste sin creer que esto te era necesario y ahora no quieres dejarlo cuando estás lista. Sé que lo estás.

¿Lo estaba? Lo estaba, era un paso nuevo, era como una vida nueva en la que no podía olvidar mi pasado, pero sí mejorar mi futuro. Y ahí estaba, en los últimos minutos de terapia en silencio, porque ya no había nada más que decir o comentar.

Al terminar nos abrazamos, me despedí de ella y bajé para encontrarme con Lili.

—¿Preparada universitaria?

—Preparadísima.

—Creo que mi maleta no cabe en el coche.

—Sabes que no hace falta que te lleves toda tu habitación.

—Tenemos que hacer ese lugar nuestro hogar, así que, es necesario.

—Nuestro hogar será donde estemos nosotras.

Abrí el armario para coger la ropa que se me había olvidado antes de ducharme, quería algo cómodo para estar en la habitación porque no tenía ningún interés en salir lo que quedaba del día, entonces la puerta se abrió y apreté la toalla a mi cuerpo.

—¡Perdón!

Se tapó los ojos, pero entró.

—¡Oye, pervertido!

—¿Pervertido? Ni que fuera culpa mía encontrarte desnuda.

Caminó chocando sus pies y con los ojos cerrados hasta su cama, por poco tropieza.

—Podrías haber esperado fuera.

—No estoy mirando, tranquila.

Tenía los ojos cerrados y las manos juntas, la verdad es que me causaba gracia.

—Y no estoy desnuda, estoy semidesnuda.

—Oh, sí, tú recuérdamelo... Mi imaginación ya está haciendo de las suyas, tú dale más ideas.

Sonreí, me acerqué a él y pasé una mano por su rostro para comprobar que efectivamente no estaba mirando, suspiró y negué con la cabeza.

—¿Qué planes tienes esta tarde? Aparte de ir provocándome con esa toalla.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora