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April

Y creo que eres mucho para mí, tanto que ojalá fueras mío y de nadie más.

Mi abuela decía que mi madre era demasiado para mi padre, que él no la conocía de verdad y solo se encaprichó de una mujer. Aunque nunca se imaginó que mi madre acabase dejando la carrera y se marchase de casa con esa persona. Que una mañana solo encontrase una servilleta que contenía una despedida que les rompió el corazón a mis abuelos.

No lo negaba, mi padre jamás se mereció a mi madre, y, en cambio, ella fue capaz de ver algo en él que el resto no. Sé que con el tiempo se dio cuenta de la verdadera persona que él era, y aun así, se quedó porque estábamos nosotros. Recordaba sus lloros después de discutir con él, las veces que venía a dormir conmigo o incluso Aster. Era algo que jamás podría sacarme de la cabeza, la almohada empapada, sus ojos llenos de lágrimas y su voz completamente rota mientras nos preparaba el desayuno y respondía a nuestras preguntas de «¿dónde estaba papá?». Y pese a eso, mi abuela nunca le dijo un «te avisé», ella simplemente le apoyaba y le brindaba todo lo que él no. Por eso cuando nos marchábamos de la ciudad y nos íbamos a la granja, conocía la libertad, fue más hogar que el propio. A veces eso me daba qué pensar, ¿qué hubiera pasado si mi madre no llega a irse con mi padre? ¿Y si hubiera sido lo suficientemente valiente para plantarle cara? Aunque ya lo fue quedándose a su lado por nosotros.

Y él se lo pagó marchándose un día, dejándole aquellos tristes papeles en la cocina y el armario completamente vacío. No puedo negar que eso me creó un trauma, trauma que tuve que lidiar en terapia. Me era difícil no creer que eso no tenía por qué pasarme a mí. Pero en mi mente el miedo al abandono era demasiado grande y eso me llevó a caer y caer en un bucle autodestructivo que me dañaba. La culpa fue mía también, para qué negarlo, por creerme que todo eran tan simple. Como si los corazones rotos fueran contagiosos, como si la mala suerte se tratase de una sombra que iba pasando de persona a persona.

Observé aquellos regalos de debajo del árbol, había bastantes y podía ver mi nombre en unos cuantos. Bebí de mi café mientras Cosmo meneaba cada uno de ellos y saltaba en el mismo lugar.

—¡No, no, esos no son tuyos! —Olivia se los quitó de la mano y nos fue dando los que contenían nuestros nombres.

—¡Mierda! —contestó Cosmo.

Todos comenzamos a reír, Olivia contuvo la risa y miró a su hijo incrédula.

—¿Quién te ha enseñado esa palabrota?

Se llevó las manos a la boca y rio, aunque seguidamente señaló a Aster.

—Lo siento... Se me escapó... Pero le dije que no debía de decirlo.

Comencé a abrir mi regalo, ya sabía lo que era y me hice la sorprendida cuando vi aquellos dos libros. A ambos les había echado un ojo, entendía por qué Olivia me había interrogado días atrás.

—Muchas gracias —musité mirándolos a los dos.

—De nada, enana.

Les entregué los suyos. A mi hermano le había comprado unas prendas de ropa, sobre todo calcetines, nunca solía querer nada, por eso era muy complicado. A Olivia unos pendientes parecidos a los que llevaba, estos tenían un copo de nieve y era para que se acordase de esas Navidades. Al pequeño Cosmo un libro interactivo, el cual le gustó bastante.

Dijimos que entre amigos nos regalaríamos una chorrada, por eso a Archie le compré una funda de móvil, ya que la suya estaba muy gastada. A Lili el maquillaje que se le estaba agotando. Harry se llevó un libro de ciencia ficción, y al parecer acerté de pleno. Faltaba Rain... Él sí que había sido muy, pero que muy difícil. Estaba sentado en frente de mí, con las piernas cruzadas y los ojos bien abiertos.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora