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April

Descubres que un hogar no se compone de ladrillos, mi hogar empezaba y terminaba con ella.

Seguía igual, con aquel tejado negro, con su hiedra trepadora y su color blanco junto con castaño. Parecía que mi abuela fuera abrir la puerta para recibirnos con los brazos abiertos. Se me hizo tan extraño que eso no ocurriese, solo podía observarla desde el coche, sin creerme que ahí no viviese nadie. Salí despacio, como si algo malo fuera a pasar si hacía movimientos violentos.

Observé el pasto, aquellas montañas nevadas a lo lejos, el olor a la hierba y el frío rozar mis mejillas. También el olor de las flores, el olor del lago a escasos metros, ese que ahora se encontraba casi congelado. De nuevo miré la casa, aquellos tres pisos con todas las ventanas cerradas... Mi abuela odiaba tener las ventanas cerradas, odiaba que la luz natural no entrase por ellas. El porche seguía igual, con ese balancín de madera en el que tanto nos sentamos para las fotos. Ahora ya no había tantas plantas, y eso me causó mucha pena.

Me acerqué a la puerta, la sensación era tan extraña, como si estuviera invadiendo una propiedad, como si mi abuela no me dejase entrar. Pero ella no estaba para recibirme detrás de la puerta y eso es lo que más me dolía. El aceptar que después de tantos años estaba allí, sin ella, en esa casa que yo consideraba mi hogar porque no hubo más que felicidad

Me puse de puntillas para coger la llave de la maceta, ahí la habían dejado los de la limpieza para nosotros. La sostuve entre mis manos, indecisa, con miedo. Contemplé aquella forma y seguidamente la metí en la cerradura. Dio unas cuantas vueltas, se abrió lentamente y la empujé del todo... Aquel olor... Seguía estando su olor pese a los años.

—¿Quieres abrir las ventanas antes de entrar las maletas? —Rain me observó con una sonrisa.

—Sí, mejor.

Ambos pasamos a la entrada, allí me descalcé porque si no íbamos a llenar la casa de huellas húmedas. Caminé al comedor, corrí las cortinas y abrí las ventanas para que la luz entrase. No tardó en iluminar cada rincón comenzando por el piano, no pude evitar acercarme y levantar la tapa, toqué una tecla que hizo vibrar. Sonreí, porque más que una melodía, me pareció una de nuestras risas años atrás.

Subí al piso de arriba e hice lo mismo con las de los pasillos, con las habitaciones y el resto de la casa. No la recordaba tan grande, siempre creí que al volver la vería más pequeña, pero era todo lo contrario, quizás era porque nunca pasaba de mi habitación, la cocina y el salón. Porque me pasaba más tiempo tirándome por el campo que en la casa. Ya habían comenzado a traer sus maletas, observaban la casa como si fuera magnifica.

—Cuando hablabas de la granja pensaba que sería eso, una granja. —Lili estaba asombrada—. Pero esto es una mansión... Joder.

—Es que antes lo era... —contestó Rain—. Los tatarabuelos de April y sus bisabuelos tenían esto como una granja.

Parecía que se acordaba más él de mi historia que yo.

—Pues joder, tu abuela hizo un trabajazo reformándola, solo mira qué cocina.

Sí, era muy grande, más de lo que cualquier persona se puede imaginar. Como a mi abuela le encantaba cocinar, necesitaba todo el espacio posible para ello.

—¿De qué trabajaban tus abuelos?

—Mi abuela tenía una cafetería, de las primeras del pueblo. Y mi abuelo era profesor en el instituto.

Estaban realmente sorprendidos.

—Os enseño las habitaciones.

Señalé las escaleras y subí por ellas, en ese momento sentí como si aquella April de piernas cortas subiese riéndose a mi lado. No podría reconocerme y al pasar, me miraba extrañada, pero no se detendría y seguiría subiendo.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora