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No quiero tener la última palabra, quiero tener más besos, quiero tenerte a ti.


Rain

Mi madre encendió aquellas velas para que pudiera soplarlas, cerré los ojos con mucha fuerza y soplé haciendo que se apagasen de golpe. Los aplausos me acompañaron y sonreí muerto de vergüenza.

—Venga a cortar la tarta, ¿quién quiere?

April, Aster y yo levantamos bien alto la mano.

—Madre mía si parece que estéis hambrientos. —Mi padre le hizo cosquillas a April y ella comenzó a reírse—. ¿Acaso no os alimentamos?

—Demasiado. —Carl se encendió el cigarro y comenzó a darle caladas largas—. April... —Estiro la mano y cogió una de sus piernas, entonces apretó como si estuviera midiéndola—. Empiezas a estar gordita.

Ella lo contempló en silencio sin saber qué contestarle, después miró la tarta y se cruzó de brazos. Entonces tenía diez años.

—No le digas eso a la niña. —Su madre salió en su defensa.

—¿El qué? Si yo solo la aviso, luego en la adolescencia me lo agradecerá, a los niños no les gusta las niñas rechonchas y con mejillas gorditas. ¿Verdad, April? —Soltó el humo hacia un lado y le cayó prácticamente en la cara.

Mi madre miró a April, la cual se había sentado en la silla en completo silencio.

—April, te he hablado.

—Sí, papá.

Gruñó, tiró el cigarro a la mesa y se encendió otro.

—Pues anda, ves a correr un poquito.

Mi madre nos pasó los platos con tarta y fue a cortarle a April.

—No, yo no quiero.

Bajó de la silla y se fue a dar una vuelta, su hermano y yo la seguimos para dejar que los adultos siguieran hablando. La vi sentarse en el tronco caído, bastante lejos de donde ellos estaban, dándoles la espalda. Yo me senté a su lado y dejé el plato en mis piernas. Miraba a la nada.

—¿Quieres? —pregunté señalándolo.

—No.

—¿Segura? Es tu favorita, le pedí a mamá que fuera esta porque sé que te gusta mucho el chocolate.

Negó con la cabeza unas cuantas veces, observé como Aster dejaba el plato medio acabado en el suelo y corría detrás de los patos que estaban parados al lado del río. La granja era el mejor sitio donde estar.

Cogí una cucharada y me la llevé a la boca.

—Mmmhh, April, no sabes lo buena que está.

Vi que me miraba de reojo.

—Cállate.

—De verdad, está buenísima. ¿Seguro que no la quieres compartir?

Elevé la cuchara y ella me la quitó de las manos para metérsela en la boca. Entonces comenzamos a compartirla. Aunque en sus ojos pude ver que quedaron estragos de los comentarios.

Di la vuelta en la cama una y otra y otra vez. Me incorporé, encendí la luz y me fijé en aquel colchón vacío. ¿Cómo era posible que echase de menos su presencia? E intentaba engañar a mi mente haciéndome creer que estaba allí, durmiendo. Pero no funcionaba.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora