3

298 36 9
                                        


Me puse la armadura aun sabiendo que no había guerra. Y, aun así, acabé dañándome a mí misma.


April

Exactamente no sabía por qué estaba enfadada, supongo que porque me esperaba estar completamente sola con Lili. Me daba igual tener un desconocido en la habitación, pero resultó ser una persona demasiado cercana a la familia y sabía que estarían en contacto todo el tiempo que estuviera en la universidad, comenzaba a sentirme hasta vigilada, encerrada...

«Coge aire, April, coge aire, ya sabes cómo funciona esto...».

Me detuve, cogí aire y me giré para comprobar que mimadre me estaba siguiendo. Por suerte Lili me había respondido el mensaje.

Lili:

Estoy en la habitación ciento sesenta y ocho... Joder, qué mal...

Apreté el móvil con la palma de mis manos y le ofrecí una sonrisa a mi madre. La cual abría los brazos y los pasaba por encima de mis hombros.

—Mi niña se ha hecho tan mayor. No me puedo creer que fuera ayer cuando entrabas a preescolar con tu mochilita de perritos más grande que tú.

Puse los ojos en blanco.

—Ya sé dónde está Lili, ¿vienes conmigo?

—¿Podemos hablar de una cosa antes?

Sabía de lo que quería hablar, yo lo sabía, pero no quería que sacase el tema. Ya habíamos tenido tiempo suficiente para hablar sobre ello, para que me recordase mis normas y lo que podía o no hacer. Lo último que quería era que me lo recordase en los pasillos de la residencia, como si fuera una niña a la que constantemente le tenían que estar recordando todo... ¿Dónde estaban esos recordatorios cuando se necesitaban? Llegaban un poco tarde y quizás, si lo hubiera dicho mucho antes, no estaríamos en aquella situación. Pero no era culpa de ella, no era culpa de nadie en realidad.

—Mamá...

—Lo sé, lo sé. No quieres hablarlo, pero vas a vivir sola...

—Con Lili, sabes que nunca nos separamos.

—Sí, y me gusta mucho Lili, pero necesito quedarme tranquila.

—¿Qué quieres?

—¿Irás al comedor?

Moví mis manos, no sabía qué contestarle en ese momento.

—Pues supongo, para algo está dentro del pago de la residencia.

—Tú sabes a lo que me refiero. Podrías pasarme una foto de...

—No, no me voy a poner a hacer fotos a las comidas que me dan. Sé cuáles son tus intenciones y tienes que confiar en mí. Ya lo hemos hablado y estoy bien.

—Aún te queda un largo camino.

—Un camino que no podré recorrer si me das la manita cuando tú crees que la necesito. —Miré para el pasillo, por suerte nadie nos estaba escuchando—. Mamá, por favor. No hagas esto, me lo pones mucho más difícil. Acordamos que no me agobiarías, que confiarías en mí.

Asintió, me hizo una caricia en el hombro, aunque sabía que no se había quedado para nada tranquila. Era como si no se fiase de mí, pero claro está, eso justo era lo que le pasaba. La escuché hablando con mi hermano antes de salir de casa y prácticamente comentaba que no confiaba en mí y que tenía miedo por lo que podría pasar. Creo que podía comprenderlo, al menos hasta cierto punto. Comprendía su miedo, y, sin embargo, eso no me ayudaba. Repetía que confiaba en mí, que yo podía cumplir con todo lo que me proponía si quería, y mentía, mentía porque no me dejaba. Su miedo me frenaba, me provocaba una inestabilidad que jamás pararía hasta que ella dejase de temer.

Por medio de palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora