Prólogo

203 12 2
                                    

El salvaje viento de otoño hacia temblar los lumbrales del nosocomio llegando a perturbar a los pacientes quienes comenzaron a emitir balbuceos sin sentido en sus habitaciones, algunos se levantaban de sus camas para golpear las puertas de sus habitaciones con la esperanza que se abrieran y estos pudieran salir, no había motivo detrás de ello solo eran sus voces internas.

Las enfermeras poco podían hacer para detenerlos así que solo se quedaron en frente de las puertas plateadas esperando que se calmaran para después atender cualquier herida producida por los golpes que realizaban. Cada uno de los dolientes golpeaban sus puertas excepto por uno que yacía en su cama mirando el techo paciente, inundado por sus pensamientos que no lo dejaban dormir aunque llegar a conciliar el sueño en aquel sitio era de por si un reto pero había logrado acostumbrarse hasta cierto punto al ambiente donde se encontraba.

Se oían con claridad las salpicaduras de sangre y uno cuentos dientes caer, lo supo por los comentarios de los enfermeros quienes abrieron las puertas para controlar a los pacientes y evitar que sigan dañándose además de manchar el piso, evitando así se creara un ambiente de espanto en la mañana.

Siguió en su misma posición esperando que todos ahí se calmaran pero para eso hubo que pasar unas horas, la mayoría tenía un diagnóstico desalentador por tanto no eran tarea fácil para los enfermeros.
Escuchar los mismo cada 3 días le agobiaba pero manejarlo no le fue difícil, siempre tenía el control de todo su ser y eso no iba a cambiar, menos ahora.

Fue interrumpido de sus pensamientos por su enfermera a cargo quien se asomó por la puerta tímidamente, o eso parecía, a Dai ya no le convencía sus actuaciones para nada, era consciente sobre la razón de sus visitas después de cada alboroto.
La mujer rubia se acerco silenciosa con una jeringa detrás de su espalda, fija en su objetivo se preparo para abalanzarse sobre él, no obstante fue llamada por su compañero casi a gritos, sin más alternativa salió de la habitación dejándolo solo logrando relajar su respiración.

Fijo su mirada en la puerta algo somnoliento para después hundirse en un sueño profundo, se sentía absorbido por el letargo de la mayoría de pacientes ahí, pese a ello su voluntad seguía intacta preparado para atentar a su última posibilidad para obtener lo que le había sido arrebatado: Su libertad.

A través de las ventanas selladas, el sol acaricio tímidamente su piel haciéndole despertar de su profundo sueño que cada vez aumentaba, como de costumbre era el primero en levantar de su lecho mientras que sus demás "compañeros" seguían somnolientos a causa de la medicación, de no ser por fuerzas externos aquellos hombres pasarían la mayor parte del tiempo en sus catres presos de sus alucinaciones procedentes de un trauma o de un deseo escondido en el lo más recóndito de sus almas.

Todos los humanos son poseedores de un deseo equivoco pero de compartirlo con el mundo habrían de ser censurados por tales fantasías que solo provocaban miedo, repulsión o agobio a quienes escucharan, pero para esas personas vestidas de blanco aquellos pensamientos eran lo más puro que podían ofrecer a la sociedad, no había maldad en sus sueños solo la incomprensión de sus semejantes, que se vanagloriaban con ser "morales", ocultando ideas más oscuras y perversas que muchos de los adultos de aquel lugar.

En la penumbra de las murallas blancas, donde el eco de la cordura se desvanece entre susurros de silencio, yace una figura enclaustrada en la danza de los confines mentales. Su presencia, como un suspiro cautivo en el laberinto de la psique, refleja la paradoja de una salud aparente enredada en los hilos venenosos de una mente turbada. Un ser libre de cualquier mal mental, parte de aquella jaula. Su única alternativa era disimular esperando demostrar su inocencia a una falsa acusación.

A 50 kilómetros se encontraba un pueblo de unos 20 000 habitantes con señales de querer desaparecer del mapa, la gente comenzó a emigrar a la gran metrópolis dejando sus casas con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Lo más triste era saber que los ancianos se quedarían como únicos habitantes del lugar, los jóvenes segados por sus deseos de fortuna y fama se aventuraban a lo desconocido dejando atrás a lo que consideraban "cuerpos a punto de morir". Entre ese grupo se encontraba una mujer de unos 24 años que apenas había obtenido el titulo de psiquiatra, se presumía encontrar su primer trabajo lejos de su pueblo natal.

PsicóticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora