22. Hecho

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Al pie de la ventana observaba con nostalgia el paisaje efímero que traía el otoño, solo que en esa ocasión sentía que la vista era diferente. En sus días de libertad, cada tanto se apoyaba en la ventana de su oficina para observar como sus hijos jugaban en el patio, hacia unos años desde el último tierno panorama que pudo divisar. Su hijo Merus se encontraba sentado sobre el grass húmedo observando como una hormiga se movía por las hojas, le resulto una distracción para luego seguir con los acuerdos y contrataciones que debía revisar. Casi siempre estaba ocupado, leía propuestas, revisaba contratos y hacia llamadas a los proveedores de las compañías locales. Era una labor compleja, pero por alguna razón no se sentía agotado, tampoco hastiado aunque lo cierto es que durante ese tiempo se hallaba atrapado en la rutina de su quehacer laboral. No podría decir que dejo de lado a sus allegados para centrase en el oficio de su empresa, solo creía que su mayor inversión de tiempo era absorbido por este mismo, dejando pocas horas y palabras para quienes lo rodeaban, sus hijos y Emily también.

Todo eso cambio cuando llego a ese hospital, el contacto ahora era nulo, e incluso pasaron a tomarlo como un extraño cuya única relación con ellos era la misma sangre que corría por sus venas. Solo cuatro de sus hijos no lo dejaron por completo, aún así podía entender que se había creado una distancia que no permitía se acercaran de nuevo a él o si quiera verlo. Pensar en todo eso le hacía tensar los músculos y a veces poder sentir como su sangre hervía en sus manos cuando las apretaba cerrando el puño. Todo eso lo sentía pero no lo demostraba, lo único que se podía ver en él era su imagen senil de un hombre albino de semblante gentil pero con un dejo de nostalgia en sus ojos amatista.

Estar encerrado la mayor parte del tiempo en ese cuarto le hizo cuestionarse de varias cosas que hizo y que no logro hacer durante su vida. Arrepentimiento no había en su semblante, quizá era decepción sobre si mismo por no sentir remordimiento por no haber probado el jubilo desmesurado con sus hijos, amigos y principalmente con ella; cuya vida ya no estaba en el mismo donde el se encontraba.

Rio por lo bajo por la ola de reflexiones que inundaron su mente por solo mirar por la ventana de su habitación. Estaba haciendo algo fuera de lo habitual, le daba vueltas a un asunto que no tenía solución. Se creía ridículo en ese momento, todo en el empezaba a ser un absurdo. Apoyo la mano en el vidrio blindado que lo separaba del exterior, su mano sobre esa superficie fría fue un alivio para el ardor que comenzaba a sentir en sus palmas; enojo. Le fastidiaba experimentar aquello; le era cada vez más complicado contenerlo.

Dos toques de la puerta le hicieron voltear, alterado, fue como si un ajeno se atreviera a interrumpir su sagrado tiempo de reflexión.

- Ya es la hora, puede salir a la sala común- musito Erana apenas viéndolo para luego irse de ahí tan pronto como vino.

Parpadeo dos veces para luego dar un suspiro, no estaba exhausto pero si tenía un exceso de descanso. Camino afuera de su cuarto para ir a la sala común; se supone que era el momento donde podía compartir con otras personas para que volvería a adaptarse a la gente. No entendía muy bien como eso funcionaria, ya que no había gente sana aparte de los enfermeros con quien interactuar. Tampoco es que quisiera hablar con alguien, no lo hacía si no era necesario creo que muy bien podría estar siempre en silencio y acostumbrarse a ello.

Siguiendo los pasillos logró llegar a la sala común, ya habían ahí varios pacientes. Algunos sentados, otros caminando en círculos o buscando algo y otros parecían concentrados en un punto en la ventana. Apenas había contacto entre ellos, por lo que supuso Dai no habría una interrupción para que el llevara a cabo su parte en lo planeado por la doctora Amelia.

Fue hasta una de las silla que pegada a una mesa vacía estaba cerca a la puerta del mini lavadero instalado en un pequeño cuarto. Se sentó ahí logrando ver que estaba en un buen punto de visión a la ventana espejo que se hallaba en el centro de la sala. Los demás no lo sabían, pero aquel objeto los hacía ver como seres en exhibición, tratando un grupo de personas entender sus males que los llevaron a perder la cordura. Era un poco incomodo para el, pero debía estar fuera de los puntos ciegos para que el director pudiera verlo con atención y no pensara que la doctora ocultaba algo con relación a el.

PsicóticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora