CAPITULO 8

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Han pasado 4 semanas desde que el joven príncipe entro en sueño aparentemente sin retorno, aquel sueño que lo mantiene cautivo de una forma que su ser a experimentado, donde solo siente calma desde el primer día.

Los reyes no saben qué hacer para que despierte, la angustia de sus corazones los consume cada día más, por sus mentes el terror más puro pasa, ese que les quita el aliento cuando sus mentes los traicionan y les muestra uno de los finales para su hijo durmiente.

Tienen las opiniones de los chamanes, ellos dicen que todo depende de la voluntad del dios, los médicos opinan lo mismo que los adivinadores. Pero nada de aquello es suficiente para entrar en calma y jamás lo será.

Por otro lado, el heredero está buscando por su parte alguna forma de despertar a su hermano, pero todo lo que ha investigado tiene las hojas rotas, finales trágicos, descripciones confusas y lo peor de todo; no ha logrado encontrar un sobreviviente.

Realmente todo depende del pequeño dios, solo el puede liberarse de aquel sueño de paz infinita. Pero la pregunta es: ¿realmente el dios querrá salir del único espacio que le ha dado lo que siempre busco, paz?

Verlo ahí, solo aumentaba su dolor. – Hermano mío. – exclamo en susurros. –¿Por qué? – pregunto ido. – porque aún no has decidido despertar de tu sueño, dime que te atormenta y luchare por ti hasta el final. Solo quiero que vuelvas a llenar de vida este lugar, que parece un túnel oscuro sin tu sonrisa. – las lágrimas aparecieron sin permiso alguno. – si tan solo entendieras que eres tan importante para nosotros. – hipo derrotado. – que por ello te hemos protegido todos estos años, para que nadie te lastime y mira cómo te encuentras. – su puño se volvió fuego, por la ira que recorría todo su cuerpo. – dormido en esta cama, que prácticamente es una tumba. – maldito sea quien te daño pensó. – Regálame tu sonrisa una última vez. – pidió dejándose ir, sumergiéndose en esa oscuridad, en el dolor.

Lo que parecía el reclamo y llanto de un solo ser, en realidad era de tres. Afuera de los aposentos, tanto la reina como el rey, escuchaban las tristes palabras de su primer hijo, haciendo que la reina cayera con el corazón sumergido en dolor y con las mejillas bañadas en lágrimas sin consuelo.

– mi reina debes ser fuerte, nuestros hijos nos necesitan. – argumento el rey con un hilo de voz tratando de ocultar el dolor que sentía.

¡No puedo alteza! – susurro ahogando su llanto. – Es mi hijo el que se encuentra tendido en esa cama desde hace un mes, ya. – el miedo a perderlo crecía con cada día que pasaba. – Sin dar señales de querer despertar. – ese nudo, ese gran nudo que se formó en su garganta y que no le dejaba pasar ningún alimento se hizo más grande. – preferiría mil veces ser yo la que se encuentre tendida en aquella maldita cama, que mi hijo. – el remolino creciente de ira, dolor, miedo, desesperación, era tan grande como su magnificencia. – no sé si pueda seguir con mi vida, si el no despierta. – finalizo perdida, sin brillo en su mirada.

Su corazón se oprimía ante las confesiones de su amada. Verle de esa forma, con su rostro manchado de lágrimas secas y nuevas, ver sus ojos sin vida, sin aquel brillo que los caracterizaba, sus labios fruncidos por el dolor, con el cabello desaliñado y sin brillo, cada vez más delgada cada vez más débil y sin ganas de seguir. Nunca creyó que su luna se apagara a si tan de repente y él no podía hacer nada. – Debes hacerlo; el despertara. Recuerda quien es Sayri. – hablo el dios con lágrimas en los ojos, ya sin poder contener su propio dolor y agonía.

Los ojos de los dioses se volvieron a llenar de lágrimas al entrar a la habitación y ver a sus dos hijos, tan frágiles. – porque tenías que ser tú, no entiendo porque tenías que cargar con ese pecado; hermano perdóname por ser tan débil y no poder protegerte. – los sentimientos del heredero, todos estaban llenos de culpa, hacia la trágica cruzada que su menor tuvo que hacer solo.

Pero ninguno de los príncipes tenía que pagar el pecado de sus padres. El sol y la luna; dos dioses que jamás podrían estar juntos, por mandato del creador.

Pero aquellos jóvenes dioses se encontraban en pleno florecimiento de su amor, uno que les había sido negado desde su nacimiento; pero ellos decidieron ignorar por completo aquella regla, así que decidieron escapar a la tierra para encontrase a escondidas de su creador; al inicio lo hicieron por curiosidad, de saber por qué ellos nunca debían encontrarse; porque era pecado tratar de conocer al otro.

Fue entonces cuando sucedió el primer eclipsé, oscureciendo a la tierra por unos minutos; pero para ellos fueron eternos, tanto que ambos quedaron impactados con la presencia del otro, prometiendo verse una segunda vez. Pero ambos sabían en el fondo de su corazón, que tal vez esa sea la primera y ultimas vez que se verían. Pero aun así hicieron la promesa de encontrase por una segunda vez, los días pasaron y el deseo por verse aumentaba. 

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