CAPITULO 25

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- Tu cuerpo es tan delicioso. – aquella voz le hiso temblar al punto de hacerle llorar.

Todo parecía una horrenda pesadilla, una de la que quería despertar, pero no podía porque todo lo que había pasado era real, todo lo que sintió no fue creado por su mente, cada golpe que recibió fue tan real como su existencia.

- Deberíamos ir por la tercera ronda. – hablo retorcidamente una segunda voz, mientras se acercaba a la joven que se encontraba mal herida y encadenada en una esquina de la pared.

- ¿Quién ira primero? – pregunto el dueño de la primera voz.

- Tú en la ronda anterior fuiste primero, ahora me toca a mí. –

Escuchar aquellas voces le hacían sentir ganas de vomitar, la habían estado abusando desde que llego aquel asqueroso lugar, no sabía cuánto lograría resistir, pero estaba comenzando a ver cada vez más nublado, el sangrado de su cabeza no se había detenido desde que le hicieron aquella perforación.

(2 horas antes)

- Sirena, segura que no quieres quedarte en aquí. – pidió preocupada. – Ya es muy tarde para que regreses a tu cuarto, además sabes que te puedo prestar ropa para ir a la universidad. – dijo seria, pues tenía un mal presentimiento.

Dudo un poco de si debía irse o quedarse, pero la primera opción gano. – Camila, no te preocupes, no es tan tarde, además tengo que ir para recoger mi ropa de los cordeles, si no me quedare sin calcetines. – tranquilizo a la castaña, que estaba preocupada por la hora en la que se iba a marchar.

- Okey. – a veces su amiga era tan terca. – Pero ten cuidado. Si – la ciudad se había vuelto cada vez más peligrosa, ahora te mataban hasta por cincuenta soles.

- Lo tendré. – dijo despidiéndose de su mejor amiga y saliendo de la casa rumbo a su cuarto de alquiler.

El camino hacia su cuarto aparentemente iba trascurriendo tranquilamente y aquello le inquieto un poco, a veces demasiada calma es sinónimo de tragedia acechando.

Y no se equivocó. Todo paso en unos simples minutos. –aléjense. – hablo fría y fingiendo no temerles.

- Porque una joven tan hermosa como tú, transita tan sola por calles peligrosas. – hablo uno de los hombres encapuchados, observando todo a su alrededor.

La calle estaba completamente solitaria, si bien no era un callejón sin salida, era una zona completamente vacía por la hora. Quería correr, pero no sabía si aquellos hombres tenían armas y si las poseían estaría en grandes aprietos, porque un solo disparo y su vida estaría tirada al azar.

Avanzo con pasos más acelerados queriendo llegar al final de la estrecha calle, ya que, si llegaba, etaria a salvo en la avenida principal. Los delincuentes se percataron de las intenciones de la menor y avanzaron con el doble de rapidez, sin importar que las pocas luces del camino les hicieran tropezar con las bolsas de basuras que habían de los habitantes de la zona.

Los nervios comenzaron apoderase de su cuerpo, conforme le acorralaban. – ese es mi problema, sigan su camino. – ordeno fingiendo tranquilidad; una que claramente no tenía.

- Palabras incorrectas preciosa, ahora tengo más ganas de conocerte. –

Maldito el lugar, maldita la noche y maldita la luna, por ser testigo de lo que estaba pasando y no hacer nada al respecto. – suéltenme. – el grito resonó por aquella calle sólida, pero no hubo respuesta, nadie atendió a su llamado de auxilio. – no tengo dinero. – la súplica salió como las lágrimas de sus ojos. – por favor no me hagan daño. – las palabras rebotaron en el frio asfalto de la calle, siendo ecos silenciosos, mientras ella caía de rodillas y observaba como aquellos malvados hombres comenzaban a golpearla sin piedad.

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