CAPITULO 36

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Los minutos parecían ir lentamente y ser interminables en la sala central de la "residencia de los dioses" como era llamada desde hace cientos de años.

La lucha entre la mortal y la diosa parecía no tener fin; nunca nadie se había atrevido como la azabache, quien contestaba sin miedo. Todos suponían que al sentir su muerte cerca decidió liberar todo aquello que siempre quiso reclamar.

Camila lloraba al ver a su hermana herida, cansada y sin aquel brillo de rebeldía que siempre la caracterizo, no podía hacer nada, quería ir contra los dioses y gritarles que ellos no sabían cómo realmente habían pasado las cosas. Que por su culpa sirena había sido abusada.

Quería hacer algo, aunque aquello también le costara la vida, pero la señora rosa y el chofer la tenían de ambos brazos. – por favor. – suplico

- No Camila. – contesto tajantemente la mayor. – ella no querría que abandonaras de esa forma tu vida. –

Se removió fuertemente en otro intento por soltarse. – es mi decisión, no la de ustedes. – lloro con más fuerza, sintiéndose débil.

- No perderé a las dos. – fue la respuesta de la mayor.

Sufría por el final de una de las niñas que ella había visto convertirse en un adulto, lloraba al recuerdo que perdería, si todo acaba en aquel final que los dioses buscaban. Dolía ver a sirena completamente a la merced de sus verdugos y no poder ayudarla. – perdóname. – grito.

Todos miraron a la canosa, perdidos en sus mundos, dentro de sus propias batallas. – perdóname pequeña. – dijo refiriéndose sirena.

- A quien le pide perdón. – esta vez fue el dios sol quien pregunto.

No hubo respuesta, solo vieron como la canosa avanzaba hacia sirena. – nunca podre ganarles a los dioses. – comenzó hablar. – pero hare lo que tenga a mi alcance para proteger aquellos que amo. – paso delante de la diosa Quilla. – te juro sirena, que ni los dioses serán dignos de acercarse a los de tu linaje. – acaricio suavemente el rostro estropeado de la menor. – porque es ley de dioses, que, si un inocente muere en sus manos, todos lo que compartan un lazo con la victima serán intocables hasta el final de los tiempos. –

Todos enmudecieron por la forma en la que la mortal mayor había recitado perfectamente parte de la regla más sagrada del mundo mortal y de los dioses. Pues ni mortal, ni dioses podían arrebatar la vida de un inocente.

Sobre el mortal caerá la protección eterna, aquella que se le es concedida a su familia y por ende a la decendencia, haciéndolos intocables a los castigos de los dioses, como forma de disculpas por la vida arrebatada.

Y sobre el dios soberbio y asesino, la condena de una vida eterna llena infortunios, castigos, navegando en las aguas del olvido. Además, que sobre su linaje caerá el destierro y arrebato de sus gracias hasta el final de los tiempos.

- Como es posible. – tartamudeo, la luna. – somos tus dioses. – dijo incrédula.

- Y como tales entenderán. –

- Que debemos entender. – la luna estaba a punto de perder la cordura. – que la proteges, cuando puso en peligro a tu dios, al que sirves. –

- Lo que se siente, cuando tratan de arrebatarte a un hijo. –

El silencio gobernó en lugar, las palabras dichas fueron sinónimo de pensamientos que trajeron consigo sentimientos en común. – es la ley. – fue lo único que dijo.

Tal vez por un segundo la esperanza gobernó su corazón, pero lo pronunciado por la reina se las arrebato. – entonces que se cumpla la ley mi reina. – su corazón dolía, se sintió como una puñalada en su corazón.

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