CAPITULO 28

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Comenzó a subir los escalones que lo llevarían a su habitación, que debería decirle. –"tranquila todo estará bien" –. – no por supuesto que no – se regañó mentalmente, tal vez solo debería decirle. – yo arreglare esto. – y volvió a golpearse mentalmente, pues como arreglaría esta situación. Solo debo pedir disculpas por no haber estado a tiempo. – lo siento, debe ir a ti cuando sentí que algo no marchaba bien contigo. – eso probablemente le intimidaría, por el hecho que no sabe lo del enlazamiento.

Todo estaba mal y no sabe cómo repararlo o por lo menos tratar de hacer que el dolor disminuya; todo había pasado repentinamente que incluso en estos momentos no se atrevía girar la perrilla para ingresar a la habitación donde se encontraba la joven.

Sintió que él estaba parado frete la puerta de la habitación, pero no avanzaba; era muy probable que este meditando las palabras que debería decir. No sabía porque podía sentir aquello, y le asusto un poco. – Puedes entrar. Se que estás ahí afuera. –

La voz de la azabache lo saco de aquel trance, animándose inseguro a ingresar a la habitación. – cómo te sientes. – pregunto con un tono desconfiado, pues estaba a la espera que la menor le reclame por no haber llegado tan pronto como le llamo.

Teína muchas preguntas, debería atacar desde ya. – Mejor que ayer, supongo. – pronuncio tratando de ocultar sus molestias físicas y centrándose con las preguntas que quería realizar.

Pero no era fácil de ocultar su dolor, mucho menos engañar con ello al joven dios. – pedir perdón, nunca será suficiente. – desvió su mirada del rostro de Sirena.

El sentimiento que oprimía su corazón, lo hacía vulnerable ante aquella mirada oscura que estaba llena de tristeza, miedo, decepción, rencor, odio. Era una mezcla que demostraba cuan quebrado estaba el espíritu de la bella sirena.

Aunque quisiese reclamar y culpar a alguien, no quería hacerlo en voz alta, los culparía en su corazón. El chico que se encontraba de pie en la entrada, no era culpable. – Porque pedirías perdón, si lo que paso no fue culpa tuya. –

Sinceramente él quería creer que aquello no era su culpa, pero en el interior de su ser sabía que había fallado con aquella jovencita, porque incluso cuando escucho su llamado decidió seguir en el palacio para guardar apariencias. – yo te escuche, pero no llegue a tiempo. – sus palabras salieron envueltas por una enorme capa de culpabilidad.

Aquello no se lo esperaba, pero no le iba a reclamar. – De igual forma no es tu culpa. Incluso los dioses no pueden llegar siempre a tiempo, además fuiste tu quien me salvo de una muerte segura. – se mostró agradecida por haber recibido más días de vida.

Sus palabras dolieron, los recuerdos dolieron, porque nunca se trató de llegar tarde. Siempre se fue el hecho de que nunca debió pasar aquel fatal día, porque días atrás él había sentido que algo no andaba bien. – lo siento; nada de lo que diga lograra hacer que tu dolor disminuya. Pero de algo estoy muy seguro, me encargare de hacer pagar a quien esté detrás de esto, cada lagrima de dolor que de tus ojos brotaron. –

Realmente todos en su lugar hubieran llorado y abrazado al dios por aquella promesa, pero ella no buscaba que alguien más se encargase de sus problemas; ella lo haría por sus propias manos, pues nunca fue la damisela en apuros. – ¡no! – alzo la voz por primera vez. –Yo hare que ellos paguen cada grito de dolor que se quedó encerrado en aquel almacén; hare que deseen estar muertos, porque la tortura será peor que caminar sobre llamas. – finalizo con una sonrisa siniestra.

Que tan dañada puede estar una persona después de haber sido violentada de una forma tan inhumana; que tan fuerte puede ser su dolor, para no poder a volver a confiar en nadie; que tan ardiente puede ser su ira, para aclamar venganza con cada parte de su cuerpo; que profunda debe ser la herida que han dejado en su ser, para dejar de creer.

Pues nadie entenderá el dolor de una persona a menos que pase por lo mismo, porque incluso en el sufrimiento todos somos diferentes, y él tenía muy claro aquel sentimiento, pues es su don y maldición. – no sabes a quien te estas enfrentando. – creyó que esas palabras la detendrían; pero que equivocado estaba.

Las palabras dichas por el dios, le hicieron arder en rabia. – y ellos tampoco saben quién puedo llegar a ser si me lastiman o dañan a los que amo. – soltó las palabras con resentimiento y llenas de una frialdad que se congelo por unos segundos.

- Es tu decisión final. – hablo luego de unos momentos.

Aquello sonó como insulto, pero lo ignoraría. – si. – reafirmo lo dicho en un inicio.

Ahora debía ayudarla en lo más que pueda y se le permita, pues una batalla con los dioses, solo había pocos sobrevivientes. – Te ayudare. – hablo observando la ventana. – Pero tienes que recuperarte primero. – finalizo en un largo suspiro.

Aquello le daría ventaja, un dios de su lado, no la haría invencible, pero si le daría oportunidad. – Lo hare, porque ni los dioses podrán detenerme. –

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