30|Falling at his feet

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—Narrador omnisciente.

Finalmente ya eran las una y media de la madrugada, después de aquella turbulencia en donde ambos jóvenes e inclusive los demás perdieron la calma, y donde también entraron en pánico por fin aterrizaron en el suelo.

Ya habían llegado a Tokio, aterrizaron en una zona despejada de árboles y arbustos donde sólo había cesped.

Una lujosa camioneta de color negro los esperaba a todos, estaba estacionada en la carretera qué tenían a una larga distancia de ellos, pero no tan larga. Tom esbozó una sonrisa ladina y sacó las llaves de su nuevo auto en sus bolsillos. El auto era un mercedes de color negro y algo gigante.

—¡Por fin en Tokio! —Exclamó Tom de manera alegre mientras que elevaba ambos brazos hacia arriba en señal de victoria, para luego finalmente bajar sus brazos y agarrar la mano de la pelinegra comenzando a guiarla con él hasta su camioneta.

La pelinegra casi se tiró al suelo mientras que tomaba una bocanada de aire. Suspiró aliviada y se dejó guiar por Tom, quien empezaba a arrastrarla mientras que aquella soltaba varios quejidos e insultos hacia el mayor.

—¡Después de casi morir! —Exclamó Georg enfadado.

—¡Casi morimos en este puto jet! —Vocifereó el hermano de el mayor mientras que todos los demás le seguían el paso.

—¡Ya cierren la puta boca!—Vocifereó Tom de manera enfadada.

Tom finalmente llegó hasta su gran auto con la pelinegra a su lado, quién todavía seguía adormilada. El mayor encendió la camioneta y rápidamente le abrió la puerta del copiloto para luego ayudarla a subir, ya que era algo alta. Terminó cerrando la puerta y se giró hacia los demás mientras que Leigh se colocaba su cinturón de seguridad.

No murió en el jet, pero quien sabe muera en aquella camioneta por culpa de la locura con la cual manejará el de trenzas.

—Súbanse, ¿Qué esperan? —Les habló Tom a los demás chicos que estaban junto a Betth y Jessica.

Aquellos se movieron de sus lugares y rápidamente comenzaron a subir todas las maletas a la grande camioneta. Mientras que Tom terminaba de rodear esta para ir a su asiento, los demás empezaban a adentrarse a el auto.

Tom cerró la puerta y esperó a qué los demás terminaran por subirse, en el proceso aquél de trenzas llevó una de sus manos a la pierna de la menor y acarició suavemente, haciendo que la pelinegra gire su rostro hacia él y comience a sentir como unos escalofríos recorrían todo su cuerpo.

—¿Ya te encuentras mejor? —Preguntó él de trenzas casi susurrandole, mientras que la mano de él mismo subía y bajaba lentamente por la pierna de esta.

—Sí, gracias. —Respondió la menor.

Tom le dedicó una última sonrisa y sin quitar su mano de el regazo de la menor, arrancó su auto y comenzó a manejar a una velocidad normal, lo que le sorprendió mucho a la pelinegra.

—Falta mucho para llegar a nuestra nueva casa, así qué hagan lo que sea para entretenerse mientras, o yo que sé. —Habló él de trenzas dedicándoles unas miradas a todos por el retrovisor.

—Bien, sí no nos morimos en el jet, nos moriremos contigo. —Espetó Bill cruzandose de brazos, sacándole una pequeña sonrisa a Leigh.

—Ya cállate. —Contesta Tom. —Son unos mieodosos todos, es normal las turbulencias, siempre...

—Siempre nada, Tom, todos incluso tú vimos el mismo infierno pasar en frente de nuestras caras—Exclamó Bill todavía enojado y frunciendo el ceño, mientras que la rubia a su lado trataba de no reír.

¹⌉ 𝟵𝟵 𝘿𝙖𝙮𝙨 ; 𝙏𝙤𝙢 𝙆𝙖𝙪𝙡𝙞𝙩𝙯 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora