37. No sé qué somos, pero hay que seguir siéndolo

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No sé cuántas horas llevamos dentro del agua, flotando boca arriba, en silencio, con la vista clavada en las estrellas que cubren el cielo, cuando siento el roce de una piel cálida en la cadera

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No sé cuántas horas llevamos dentro del agua, flotando boca arriba, en silencio, con la vista clavada en las estrellas que cubren el cielo, cuando siento el roce de una piel cálida en la cadera.

Me estremezco cuando vuelvo a sentirlo, esta vez un poco más arriba, cerca del ombligo. Me obligo a mantener la mirada en el cielo, a dejar de pensar en ese gesto involuntario causado por el movimiento del agua. Caden sigue a mi lado, como desde que los chicos nos dejaron solos, alegando que tenían planes super importantes y secretos que no podían contarnos. En mi idioma, ha sido una jugarreta para dejarnos intimidad, cosa que les agradezco enormemente, aunque ahora mismo esté tan nerviosa que no pueda formular ni una frase.

Cuando estoy con él, me siento tranquila y nerviosa al mismo tiempo. Ni siquiera sé si eso es posible, o si simplemente pasar tantas horas entre productos químicos ha limitado mi inteligencia. A veces pienso en nosotros, en un nosotros imaginario, una historia romántica que solo sucede en los libros, conmigo de protagonista y un final feliz, mucha brillantina y fuegos artificiales, después recuerdo quién es él y quién soy yo, lo absurdo que es el simple hecho de pensar que pueda estar a su altura, o que con todas las mujeres preciosas que siempre hay a su alrededor, pueda fijarse en mí. Entonces caigo en la cuenta de que a pesar de todo eso, nos hemos besado, porque sí, no solo le he besado yo, también me ha besado a mí. A MÍ. Muy fuerte, ¿no?

Siempre pienso mucho las cosas, como el hecho de que trabajo en una línea erótica y él es uno de mis clientes, que llevo enamorada desde los ochos años de la misma persona, la que flota a pocos centímetros de mí, que no sé qué significa todo esto, si es que significa algo para él, que probablemente me odie cuando sepa toda la verdad, las mentiras que no he dejado de contar sin cesar, y sobre todo, pienso en el hecho de que existe una ella, una mujer afortunada que tiene su corazón, ese que yo deseo casi tanto como comer y no engordar.

Me incorporo demasiado rápido, tanto que consigo sobresaltar a Caden y que casi se ahogue a mi lado. Provoco que escupa agua mientras lo único en lo que pienso es en sumergirme hasta el fondo y quedarme ahí para siempre.

Cuando su respiración se calma, mi corazón se acelera. Estamos cerca. Tanto que puedo apreciar las pequeñas motas celestes que se esparcen en sus ojos, recordándome al mar, justo cuando rompe una ola y se forma espuma en la orilla. Estamos tan cerca que es doloroso seguir aguantando las ganas que tengo de rozarle de forma sutil, de grabarme a fuego su mirada, de volver a sentir sus labios sobre los míos. No estoy respirando, ¿para qué respirar? ¿Es necesario cuando el corazón me martillea contra el pecho con ansia, avisándome de que sigo viva?

Sus manos suben de forma paulatina por mis piernas, deslizándose bajo el agua hasta llegar a la cadera, justo en el borde de la braga del bikini. El corazón me ha bajado justo a ese punto exacto, siento los latidos bajo sus dedos, como me arde la piel con tan solo el tacto de su yema.

Intento mantenerme en calma, no moverme ni un centímetro, pero es complicado cuando no consigo hacer pie en la piscina y mis piernas se mueven como un pececillo. Parece que intento evitar que me toque, que pretendo alejarme de él, cuando lo que necesito ahora mismo es que no vuelva a soltarme jamás. Pero nunca se me ha dado bien relacionarme, actuar de forma natural ante situaciones fuera de mi zona de mi confort, como es Caden Turner, el final del precipicio que no dudaría en saltar.

Seduce MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora