24. Tu vuelo sale en dos horas

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La he llamado en varias ocasiones, he probado en diferente horario, le he dejado mensajes durante los tres días que llevo fuera, pero no ha respondido a nada

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La he llamado en varias ocasiones, he probado en diferente horario, le he dejado mensajes durante los tres días que llevo fuera, pero no ha respondido a nada. No ha dado señales de vida desde entonces. La he fastidiado. He pasado el límite. No tendría que haberme dejado llevar, pero ya no podía más, no podía seguir fingiendo que solo éramos amigos, que no la deseaba.

Apoyo la frente en la pared de la ducha, intentando recuperar el aliento. El equipo depende de mí, pero mi cabeza está en otra parte, está lejos de aquí, en las paredes de mi dormitorio, en el último recuerdo de ella que no me duele.

Le he pedido al entrenador que me sacara del campo, no he conseguido marcar un punto desde la primera noche que me mantuve despierto en el dormitorio del hotel esperando que aceptara mi llamada. En lo único que pude pensar en todo el vuelo fue en las horas que me quedaban para volver, en lo que habría dado para no tener que irme. La llamé más de siete veces. Esperé impaciente, con los nervios en el estómago como un adolescente enamorado. Me escapé de la cena antes que el resto para poder alargar nuestra llamada. Pero Payton nunca descolgó. Ni lo ha hecho desde entonces.

De no haber sido por mi hermana, que ha confirmado que sigue viva e intacta, habría cogido el primer vuelo de vuelta y habría puesto a toda la policía de Los Ángeles trabajando en su búsqueda. Un nudo oscuro y profundo me oprime el pecho, me agarrota las manos y me nubla la vista.

Abro el grifo y el agua me moja la espalda. Los primeros segundos me congela la piel, pero poco a poco sube la temperatura hasta provocar manchas rojas que me irritan la espalda. Siento el quemazón, como me abrasa la piel hasta que tengo que apretar los dientes, pero no me aparto, no regulo la temperatura, me quedo en la misma posición, mientras el dolor físico camufla el mental, el que duele mucho más.

Abro los ojos cuando el grifo se cierra y dejo de sentir el agua hirviendo en el cuerpo.

—¿Qué cojones haces? —aprieta la mandíbula.

No sé cuándo ha llegado ni cuánto ha visto, pero ahora lo único que quiero es estar completamente solo.

—Lárgate.

No hace falta que levante la voz, con mi mirada se lo digo todo. Cierro los ojos de nuevo, a la espera de que haga lo que le pido, pero esta vez no lo hace, porque sigo escuchando el sonido de su respiración.

—Turner, ¿qué te pasa?

Gruño como respuesta. La cabeza me da vueltas.

—Joder, ¿has visto como tienes la espalda? —sigue hablando, y el sonido de su voz me irrita cada vez más— Habla conmigo, coño.

—¡Elliot, te he dicho que te largues! —le fulmino.

—Mira, si gritarme va a hacer que te desahogues, pues bien —se cruza de brazos, impasible— Pero no me voy a ir hasta que me digas que es todo esto.

Seduce MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora